Florencia casi no tiene registro del momento preciso en que se enteró de que era hija adoptiva, más bien siente que esa verdad la acompañó siempre, algo que, según su experiencia «es imposible de ocultar». Nació en 1980 y a los pocos días fue entregada a sus padres. «Antes se creía que no decirlo era lo mejor, como una forma de evitarle a los chicos más dolor. Pero se comprobó que sucede lo contrario: el secreto hace sufrir a los hijos adoptivos», afirma Florencia Lalor (39 años), que es psicóloga y creó La voz del hijo, un sitio donde personas que crecieron con familias adoptivas al igual que ella comparten sus experiencias.Ads by
Como en cualquier relato de familia, las historias de los niños, niñas y adolescentes que fueron dados en adopción tienen protagonistas y circunstancias muy distintas. Sin embargo, muchos de los adultos que pasaron por ese proceso, confiesan que atravesaron duelos y desafíos comunes: las huellas que les dejó la vulneración de derechos que sufrieron desde su primera infancia; el miedo a un segundo abandono; el movilizador camino que implica, para aquellos que así lo deciden, la búsqueda de los padres biológicos; y la revolución que significó para muchos convertirse en padres.
Por otro lado, el imaginario social cristalizó prejuicios y fantasías que, sostenidos por un paradigma hoy fuertemente cuestionado, puso a los adultos en el centro de la escena y relegó a esos hijos e hijas a un lugar donde sus necesidades y expectativas pasan a un segundo plano. «El principal desafío que enfrentamos los hijos adoptivos es la ignorancia de la sociedad», reflexiona Lalor.
En su caso, ya de adulta y con el respaldo de sus padres de crianza, pudo conocer a sus progenitores. La maternidad fue otro momento clave: «Me acuerdo -continúa- el día después del nacimiento de mi primera hija, la angustia tremenda que sentí pensando en cómo mi mamá biológica había podido dejarme. Por eso digo que la palabra clave para nosotros es ‘aceptación'».
Además del trabajo interno que le toca realizar a cada persona, para Lalor es fundamental que se dé una comprensión más profunda a nivel cultural: «Cuando alguien le pregunta a un hijo adoptivo ‘¿Conocés a tus papás verdaderos?’, el mensaje que le está dando es que la autenticidad de una relación familiar adoptiva es inferior a la de una biológica. O cuando nos dicen ‘Qué suerte que te adoptaron, ¡sino dónde estarías ahora!’. La idea de que las personas adoptadas somos afortunadas es una falta de reconocimiento de las pérdidas que experimentamos», detalla.
Nuevo enfoque
A partir de la modificación del Código Civil y Comercial en 2015, nuestro país dio un paso significativo al definir la adopción como «una institución jurídica que tiene por objeto proteger el derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir y desarrollarse en una familia». Marisa Herrera, abogada e investigadora del Conicet, especialista en derecho de familia e integrante del equipo que trabajó en la modificación del código, aporta que «antes solo se definía quiénes podían adoptar o bajo qué condiciones, pero hoy, en el artículo 594 queda claro que se trata de un derecho, y es muy importante que primero se hable de lo afectivo y después de lo patrimonial, porque la adopción no es ‘pasar’ chicos de familias pobres a familias ricas», dice, haciendo referencia a uno de los mitos más extendidos.
Facundo Azar Giambatti (22), estudiante de Ingeniería Informática e hijo adoptivo de Silvia y Néstor, lo deja claro entre risas, pero con firmeza: «¡Me reventaba que la gente me dijera ‘te sacaste la lotería’, cuando en realidad la lotería es tener familia, no tener plata!». Su apreciación deviene no solo del sentido común sino de su propia experiencia. «Me adoptaron cuando tenía 13 años. Mi mamá me tuvo soltera, y si bien conozco a mi padre biológico, lo vi tres veces. Mi mamá falleció luego de varios años de estar enferma, y como sus parientes viven en Salta, yo me quedé con su mejor amiga hasta que conocí a mis padres», recuerda hoy.
Hubo mucho camino por recorrer. «Al principio fue duro. Con mi papá fue más fácil porque nunca había generado un vínculo con un padre, pero con mi mamá fue más difícil», recuerda Facundo. De todas formas, aclara que «no dudaba de que me quisieran, pero yo venía con otros hábitos y de mucha escasez, y encontrarme de repente teniendo todo fue un giro brusco». Facundo rememora que Silvia, que es médica y abogada, pudo captar esa situación y manejarla con cuidado.
Uno de los ejes en la construcción de esta familia es que los padres pudieron entender que «no se puede mol-dear a los niños como pretenden los adultos», advierte María Federica Otero, psicóloga especialista en adopción y exdirectora nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruaga). «Las familias adoptivas -señala- deben ser incluyentes, y para eso hay que diferenciar entre el hijo idealizado y el hijo real».
Armar el rompecabezas
En busca de su propia historia, Florencia Alifano (33) no solo descubrió una parte fundamental de su vida sino un excelente argumento para su primer libro, La hija, en el que cuenta el asombroso derrotero que la llevó al encuentro de su madre biológica. «Me enteré de que era adoptada a los 10 años. En la escuela estábamos viendo de dónde venían los bebés y yo era la única que decía que venían del corazón. Cuando llegué a mi casa pedí una explicación», recuerda esta santafesina que reside en Buenos Aires y ejerce como psicóloga especialista en neurociencias.
Cuando a los 18 años se fue de casa para estudiar, la carrera y la adolescencia movilizaron a Florencia como nunca antes. «Fue tremendo, una sensación a nivel corporal: necesitaba conocer mis orígenes», cuenta. Emprendió la búsqueda sin decirle a nadie, en parte por la culpa que suelen sentir los hijos adoptivos frente a sus padres de crianza. A partir de un dato logró encontrar al médico que la trajo al mundo, quien se ofreció a conectarla con su mamá biológica: padeciendo una enfermedad terminal, el hombre había decidido expiar culpas antes de su muerte.
«Yo sentía que era un círculo incompleto y tenía que cerrarlo. Tuve apoyo psicológico, que es importantísimo», explica Alifano. Ella vio por primera vez a su progenitora en casa del médico: «Me abrió la puerta ella, con una rosa en la mano y llorando. Me quedé en shock porque fue como verme al espejo». Así supo que su madre la había parido en un marco de extrema vulnerabilidad, siendo apenas una adolescente y trabajando en una casa cuyos patrones conspiraron junto al obstetra para hacerla firmar, engañada, la entrega de la bebé. Sus padres la adoptaron de buena fe y su madre biológica la buscó con desesperación desde entonces.
Florencia tardó dos años en contar el desenlace. «Fue el tiempo que necesité para entender, en un sentido más amplio -recuerda-. Confié en que iba a saber cuándo sería el momento de hablar con mis papás». Hoy sigue en contacto con su madre biológica aunque deja en claro que si bien siente un gran cariño y admiración, para ella su mamá es la adoptiva: «No puede haber dos sentimientos iguales», aclara.
Inspirada en el libro de Alifano, Agostina Colombo (30) emprendió el mismo camino. «Me adoptaron con pocos días de vida. Nací en Santiago del Estero, en la localidad de Monte Quemado. Hablando del tema en terapia me di cuenta de que quería conocer a mi mamá biológica». Hoy planea viajar a esa provincia: «Sólo tengo su nombre, que es Agustina, y una edad aproximada». La tarea es compleja, pero se impone: «Tengo un montón de pensamientos, no tener casi información es superdifícil, la cabeza se te llena de ideas». La decisión trajo, además, el cambio: «De chica nunca conté que era hija adoptiva, hay amigas que lo saben hace poco. Ahora me empecé a soltar, a intercambiar con otros hijos e hijas adoptivos, y es liberador».
Claves para padres adoptivos
Aquellas familias que pueden entender la parentalidad adoptiva estarán en mejores condiciones de acompañar a sus hijos en el proceso de «ser en familia», como señala María Federica Otero. Algunos denominadores comunes para lograrlo son:
- La familia debe adaptarse al hijo y no al revés. La integración es responsabilidad del adulto, por ende, nunca culpabilizar al niño o niña si ésta se dificulta. Con trabajo siempre se puede lograr.
- Se debe respetar la historia, costumbres e identidad del hijo o hija adoptivo.
- Nunca apelar a la caridad («nosotros te salvamos»), ni al autoritarismo («si te portas mal te vas»), ni a la mentira.
- No hay padres o hijos «del corazón», sino simplemente padres e hijos.
- Se puede llevar adelante un proceso de adopción exitoso con un niño pequeño como con uno más grande, y para eso el adulto debe «tener una palabra acorde al momento evolutivo», señala el licenciado en Trabajo Social Gonzalo Valdes.
- Los niños o niñas llegan a la familia adoptiva con un sufrimiento de base y un historial de privaciones (falta de cuidados, afecto, etc.) e incluso de abuso. Tenerlo presente, sirve para entender muchas situaciones que pueden resultar inesperadas.
- En las primeras etapas pueden mostrar estrategias defensivas, como la negación («vos no sos mi mamá»), la idealización de la familia de origen, o el aislamiento (rechazar el contacto corporal o estar ensimismados). Se debe tener mucha paciencia y estar disponibles para preguntarle al chico qué le gusta, qué cosas hacía antes, qué necesita.
- Nunca competir con la familia de origen. Si surge el tema, hay que referirse en términos de «tu mamá y tu papá no pudieron cuidarte, por eso estás con nosotros». Si pregunta más, se le puede contestar «según lo que me dijo el juez, sucedió tal cosa», o bien «voy a averiguar», aconseja la especialista en infancia, familia y adopción Fabiana Isa. Y alerta acerca de «no confundir verdad con obscenidad», es decir, no excederse en aquello que se dice.