Tengo pensamientos que se me repiten una y otra vez. No lo puedo controlar. Cuando menos me lo espero, da igual que la situación tenga que ver o no, me aparece, me atrapa y se queda en mi cabeza minutos, horas. Me hace sufrir, me da miedo, me altera. Y lo peor de todo, pienso que si sigo así me voy a volver loca. Creo que tener estas ideas no es normal, que se me va a ir la cabeza porque un día no lo podré controlar. Llego a pensar que son señales de algo malo que va a suceder y ahora me están bloqueando todo el día. No puedo concentrarme a la hora de trabajar, estoy en el sillón viendo una película y ni la disfruto. Estoy cansada de mis pensamientos”.
Esta breve descripción pude ser la de cientos de miles de personas que se quedan atrapadas en sus pensamientos. Podemos ponerles el adjetivo de obsesivos, negativos, catastrofistas, inútiles, rumiantes, lo que cada uno elija ponerles. Lo cierto es que generan altos niveles de angustia y sensación de descontrol. Muchos de ellos, dado que vaticinan desgracias, producen miedo y terror a que se cumpla lo ideado. La temática es amplísima: enfermedades, muertes, pérdida del trabajo o de la pareja, miedo a sufrir, a que le pase algo a los hijos, a tu padres, a ser engañado, a salir a la calle y que te marees, que te dé un infarto o cualquier otra cosa.
Este tipo de pensamientos no nos dejan en paz, nos roban la paz interior y los solemos atender como si fueran verdades absolutas, como si nos definieran como personas. Cobran tanto realismo que nos vemos obligados a hacerles caso.
Lo primero que tienes que aprender es a diferenciar: tú no eres tus pensamientos. Lo que a las personas nos define es nuestra forma de comportarnos, lo que hacemos, no lo que pensamos. De hecho, podemos pensar en mil fantasías que sabemos que no realizaremos nunca, como puede ser volar entre las nubes como si fuéramos pájaros. A este tipo de pensamientos no les damos valor porque sabemos que son pura fantasía. Pero sí que les damos credibilidad y valor a los que no controlamos, a esas ideas que irrumpen en nuestra mente sin ser elegidas por nosotros. Y este es en gran parte el origen del miedo, la falta de control: ¿cómo puede mi mente funcionar sola?, ¿por qué no puedo pararla?, ¿la ausencia de control es una señal de que me estoy volviendo loco? No. Quédate tranquilo. Es cierto que existen ideas delirantes que tienen que ser tratadas incluso con medicación, son pensamientos desconectados de la realidad. Pero la inmensa mayoría de nuestros miedos no son más que eso, miedos, pero no verdades. Nos asustan tanto que si tuviéramos un ranking de pensamientos estos se llevarían siempre el primer premio. No porque lo merezcan, sino porque nosotros les otorgamos esa importancia, y al dársela, nuestro cerebro nos los repite una y otra vez. ¿Por qué no se repiten en tu mente otro tipo de pensamientos? Solo porque para ti no son importantes, no te asustan. Una persona que tiene miedo a las enfermedades y le rondan mil ideas relacionadas con contagios y demás, seguro que no le preocupa si perderá el trabajo. Mientras que la persona atemorizada por perder el trabajo, le da igual una nueva peca en su brazo, jamás pensaría que puede ser un tumor.
Aquí tienes nueve consejos para aprender a relacionarte adecuadamente con ellos.
1. Son solo pensamientos. Nada más.
2. No te enredes con ellos, no les des palique, no les hables, no les invites a tomar café a tu casa. El problema de rumiar es que es adictivo para la mente, cada vez quiere más. Si hasta ahora no ha aparecido la respuesta que te deja tranquilo después de tanto tiempo pensando, seguir haciéndolo tampoco te va a aclarar.
3. No razones con lo que es irrazonable. Llevas haciéndolo muchos meses, años y no te ha servido. Cada vez que encuentras una evidencia, al rato, se repite otra vez la idea inútil.
4. No saques juicios de valor de esos pensamientos. ¿Para qué? No dicen nada de ti, ni de tu futuro.
5. Aprende a observarlos sin más, sin intervenir en ellos.
6. Ni se te ocurra enfadarte por no controlar la situación. De hecho, no buscamos controlar nada, ni siquiera buscamos que desaparezcan. Lo único que buscamos es no prestarles atención, como el niño que tiene una rabieta de mil pares de narices y simplemente esperamos de forma paciente a que se le pase, sin regañarle ni amenazarle.
7. Deja que se alejen, toma distancia con tus pensamientos. Una seguidora de tuiter, mi querida Cristina, me enseño esta aplicación maravillosa para utilizarla con este tipo de pensamientos. Pruébala tú, te encantará. 60 segundos para meditar, maravilloso.
8. Trata de vivir el momento. No es una utopía, es un ejercicio de atención al presente. Cuanto más pendiente estés de lo que está ocurriendo en tu ahora, en tu trabajo, en esa comida, mientras te duchas, cuando hablas con alguien por teléfono, menos energía y lugar tendrá tu mente para atender otros temas. No podemos estar de forma consciente y plena en dos actividades a la vez. Así que si entrenas para estar concentrado y atento al momento, estarás contrarrestando la fuerza que tienen los pensamientos intrusos.
9. Aprende a ser agradecido con tu mente: “gracias mente por recordarme que tengo un pensamiento que dice…”. Recuerda, es un pensamiento que dice…, no tú.
Aprende a diferenciar entre rumiar y reflexionar. Reflexionar es el punto de partida para analizar, tomar decisiones y actuar. Mientras que rumiar es un acto bucle. Se repite lo mismo una y otra vez, sin salida y sin soluciones, pero con mucha angustia. Rumiar es disfuncional.