Los estudios sobre la memoria hasta ahora casi siempre se centraron en los recuerdos que se conservan. Sin embargo, los trabajos más recientes ponen el foco en el olvido: cómo se produce, por qué, qué mecanismos intervienen
El funcionamiento de la memoria siempre ha intrigado a los seres humanos. Aunque todavía quedan muchos interrogantes sin respuesta, el desarrollo de la neurociencia en los últimos años ha permitido saber mucho más acerca de cómo y por qué recordamos ciertas cosas (a menudo, sin importancia) y olvidamos otras (que creemos que deberíamos recordar).
Se estima que el cerebro humano posee unas 86.000 millones de neuronas, y que las sinapsis -las conexiones entre ellas- pueden ser hasta 150 billones. De esas conexiones dependen los recuerdos. Y no son permanentes, precisamente porque se sostienen en esos tejidos cerebrales, en los cuales algunas neuronas mueren y otras nacen y las conexiones entre ellas se modifican, se debilitan o desaparecen. Esta es la base de todos los olvidos, desde los más comunes hasta los de las personas que padecen amnesia, Alzheimer y otras enfermedades.
Pero, aunque a veces creamos que sí, desechar recuerdos no es algo negativo en sí mismo. Es necesario, pues si eso no ocurriera almacenaríamos una enorme cantidad de información inútil (qué comimos ayer, dónde dejamos aparcado el coche la semana pasada, etc.). Existe, de hecho, un trastorno llamado hipertimesia o memoria autobiográfica superior, muy poco frecuente y descrito apenas a mediados de la década de 2010, que consiste en la capacidad de recordar todos los días de la propia vida. O, en otros términos, la imposibilidad de olvidar.
Ese trastorno recuerda a «Funes el memorioso», el personaje de Jorge Luis Borges que no podía olvidar nada de lo que percibía. El relato del escritor argentino dice que Funes «no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos».
La neurobiología del olvido
Trabajos científicos recientes -sobre todo los dirigidos por Paul Frankland y Blake Richards, investigadores de la Universidad de Toronto, Canadá- han enfatizado que, si bien los estudios sobre la memoria siempre se habían enfocado de manera dominante en los recuerdos, también es importante considerar «la neurobiología del olvido».
Estos análisis aseguran que es la interacción entre lo que se recuerda y lo que se olvida (entre persistencia y fugacidad) «lo que permite la toma de decisiones inteligentes en entornos dinámicos y ruidosos». En concreto, esto se daría por dos motivos. En primer lugar, porque al olvidar «se reduce la influencia de la información desactualizada» cuando una persona toma decisiones guiada por su memoria.
En segundo, porque evita que lo que ha sucedido en el pasado tenga demasiado peso en las decisiones del presente, lo cual -como había anotado Borges décadas antes- «promueve la generalización». Por lo tanto, el principal objetivo de la memoria -concluyen los investigadores- no es en sí misma la mera transmisión de información a través del tiempo, sino la optimización de la toma de decisiones. Algo para lo cual la persistencia de unos recuerdos es tan importante como la transitoriedad de otros.
El paso del tiempo y las experiencias traumáticas
El caso es que hay diversos factores que intervienen en el proceso del olvido, y lo emocional desempeña un rol significativo. Las experiencias traumáticas, por ejemplo, son muy difíciles de olvidar, como ya lo refirió a finales del siglo XIX el psicólogo alemán Hermann Enninghaus, creador de la llamada curva del olvido. Este concepto ilustra la forma en que la retentiva disminuye con el paso del tiempo, a menos que se haga el esfuerzo de volver a pensar en ese mismo recuerdo.
Cuando se trata de recordar información sin relevancia o sin sentido, la curva es muy pronunciada: el olvido es rápido. Pero cuando se produce un trauma, la curva es casi plana, pues el recuerdo se mantiene con mucha intensidad. Ese es el origen del trastorno de estrés postraumático, y de ahí los esfuerzos de la ciencia por encontrar una forma de borrar los malos recuerdos o al menos de atenuar los efectos negativos que estos ejercen sobre quien los padece.
Factores involucrados en el proceso del olvido
Además del paso del tiempo y de cómo la experiencia se vincula a nivel emocional con cada individuo, existen otros factores que intervienen en el proceso del olvido. Los principales fueron enumerados por los científicos británicos Alan Baddeley, Michael W. Eysenck y Michael C. Anderson en su libro ‘Memoria’ (Alianza editorial, 2010), una obra de referencia sobre esta cuestión:
- Cambio del contexto. Es más fácil acceder a un recuerdo cuando se está en el mismo sitio, o en uno similar, en que ese recuerdo se generó, y más difícil cuanto más diferente es el contexto en el que se intenta recuperarlo.
- Interferencia. Para la memoria, es más difícil crear recuerdos nuevos y duraderos con información muy parecida a la que ya albergaba. Es decir, los recuerdos antiguos interfieren sobre los nuevos. Las experiencias únicas, muy distintas de las anteriores, se recuerdan más y mejor. Las actividades repetitivas y rutinarias, en cambio, se retienen poco (además de que contribuyen con la sensación de que el tiempo pasa más rápido).
- Recuperación. El recuerdo frecuente de una experiencia puede generar, paradójicamente, olvido. En general, cuando alguien recuerda algo muchas veces, sucede que en algún momento empieza a evocar -en lugar del recuerdo original- lo recuperado en ocasiones anteriores. Y ambas versiones pueden divergir. Así es como sucede, por ejemplo, que una anécdota contada muchas veces termina narrando una historia diferente de la que en realidad sucedió; esto último acaba en el olvido.
- Presentación de parte de las claves del conjunto. Cuando una cierta información involucra un grupo de elementos, la «recuperación» frecuente de alguno de esos elementos compite con el recuerdo de los demás y hace que estos últimos sean más fáciles de olvidar.
Un estudio reciente, dirigido por el propio Michael C. Anderson, comprobó que este fenómeno no es exclusivo de los seres humanos, sino que también les sucede a las ratas. Para su experimento, los científicos ofrecieron a los animales dos objetos (A y B) que nunca antes habían visto. En una segunda instancia, volvían a ofrecer uno de ellos (el A) junto a otros objetos diferentes.
Las roedores elegían explorar los demás objetos debido a la novedad que representaban, pues al A ya lo conocían. El último paso de la prueba consistió en ofrecer a las ratas, al mismo tiempo, un objeto nuevo y también el B, que ya habían visto. Sin embargo, las ratas examinaron ambos por igual. Es decir, de tanto ver el objeto A las ratas se olvidaron del B. Algo que también -explican los científicos- sucede a los humanos.
En suma, aunque -como escribió Anderson en un trabajo anterior- por lo general «se asume que olvidar es un proceso pasivo», en realidad cada persona tiene un rol activo en la tarea de conservar y descartar recuerdos. No obstante, en muchos sentidos todavía el funcionamiento de la memoria sigue siendo misterioso, y las razones por las cuales ciertas experiencias se recuerdan y otras no seguirán siendo objeto de investigación.