A diario utilizamos en un lenguaje cotidiano estos trastornos que incapacitan y a veces provocan que no se respeten los derechos de quienes los sufren.
Los trastornos mentales serán la principal causa de discapacidad en el mundo en el año 2030, según los datos de la OMS que recuerda Salud Mental España por el Día Mundial de la Salud Mental, y la depresión —dice el organismo— será la primera causa de morbilidad.
Pese a ello, cada día frivolizamos con estas enfermedades: «Hoy estoy un poco deprimido», «lo que le pasa es que es bipolar»… Nuestro lenguaje se nutre de términos clínicos para definir situaciones cotidianas «y con una fuerte connotación negativa«, como señala Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. «Lo único positivo que se asocia a las personas con enfermedades mentales es que son muy pacientes: lidian con su trastorno y además con el estigma social».
«En España, más de un millón de personas tiene un trastorno mental grave y se estima que 1 de cada 4, es decir, un 25% de la población, tiene o tendrá algún tipo de problema de salud mental a lo largo de su vida«, apunta José Luis Méndez Flores, trabajador social y responsable del Servicio de Información y Formación de la Confederación Salud Mental España, y añade: «Sin embargo, estos problemas siguen siendo, significativa y socialmente, poco conocidos. Demasiada gente cree que un problema de salud mental es una ‘debilidad’ o ‘culpa’ de la persona y no se reconoce como el problema de salud que es».
Empecemos por no usar a la ligera los nombres de trastornos, cuyo «uso polisémico», en palabras de Bobes, «no da precisión a lo que queremos decir y añaden estigma a quienes están limitados por ellos».
1. Decir que alguien tiene «TOC» por ser muy cuadriculado. Las personas que sufren TOC (de Trastorno Obsesivo Compulsivo) no son simplemente muy ordenadas: «Su excesiva preocupación por el perfeccionismo o el control mental e interpersonal impiden la puesta en marcha de otros rasgos como la flexibilidad y la apertura a nuevas experiencias y oscurecen o imposibilitan la eficacia», y se sienten frustrados por no poder acabar las tareas, describen en el manual Trastornos de la personalidad Amparo Belloch, catedrática de Psicopatología en la Universidad de Valencia, y Héctor Fernández-Álvarez, catedrático de Psicología clínica en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires. «Se vuelcan totalmente en su trabajo y en el rendimiento, lo que provoca que en múltiples ocasiones dejen de lado sus actividades de ocio y sus amistades«. Este trastorno afecta al 1% de la población, según el manual oficial de diagnóstico de enfermedades metales DSM-IV.
2. Llamar «esquizofrénico» a algo loco, extraño o incontrolado. El diccionario de la RAE contempla el uso de «loco» para referirnos a algo que funciona sin control o a una acción disparatada, de poco juicio o imprudente; pero la esquizofrenia es, según la OMS, «un trastorno mental grave que afecta a alrededor de 21 millones de personas de todo el mundo. Las psicosis, entre ellas la esquizofrenia, se caracterizan por anomalías del pensamiento, la percepción, las emociones, el lenguaje, la percepción del yo y la conducta […], que pueden dificultar que la persona trabaje o estudie con normalidad«. Y advierte de que «la estigmatización y la discriminación se pueden traducir en una falta de acceso a los servicios sociosanitarios. Además, hay un riesgo elevado de que no se respeten los derechos humanos de las personas afectadas, por ejemplo mediante su internamiento prolongado en centros psiquiátricos».
3. Decir «depresión» cuando queremos decir tristeza. Bobes acusa que a diario utilizamos este término para referirnos a contrariedades cotidianas: «Creemos que hay cosas de tanta importancia para las personas que automáticamente pueden generar una enfermedad como la depresión y no es así. Lo malo de usarlo tan a la ligera es que luego se carga la mano contra quienes tienen un trastorno depresivo porque creemos que es una excusa para cogerse una baja». Según el informe de la OMS Depression and Other Common Mental Disorders. Global Health Estimates, en 2015 en España 2.408.700 personas tuvieron depresión y ya afecta al 5,2% de la población, lo que nos convierte en el cuarto país europeo con más casos.
4. Usar «bipolar» para referirse a alguien que cambia con facilidad de idea o de estado de ánimo. «El trastorno bipolar es en realidad una enfermedad mental grave del estado de ánimo, anteriormente conocida como depresión maníaca», según la definición de la web 1 de cada 4 para la lucha contra la estigmatización de las enfermedades mentales de la Junta de Andalucía. «Tiene períodos cíclicos de excitabilidad o manía, que pueden durar de días a meses, y fases de depresión». Las personas que lo sufren tienen un alto riesgo de suicidio.
5. Nombrar la «ansiedad» para hablar de nervios o incluso de impaciencia. La ansiedad, según la OMS, afecta a 1,9 millones de personas en España (el 4,1% de la población) que experimentan «un sentimiento de aprehensión o de miedo, una preocupación incontrolable y excesiva sobre gran cantidad de acontecimientos o actividades (como el rendimiento laboral o escolar), que suele prolongarse más de seis meses» —explican en 1 de cada 4— y, cuando se desconoce la fuente de este sentimiento, se genera aún más angustia. Va acompañada de tres o más de estos síntomas físicos: «Irritabilidad, inquietud o impaciencia, dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco, fatigabilidad fácil, tensión muscular, dificultad para conciliar o mantener el sueño o sensación de cansancio al despertar».
6. Decir que es «autista» alguien que vive en su mundo. Los niños autistas se enfrentan a muchos problemas de adaptación y de desarrollo: «Alteración de los comportamientos no verbales», como mantener el contacto visual con su interlocutor, «incapacidad para desarrollar relaciones con compañeros y compañeras«, «retraso o ausencia total del desarrollo del lenguaje oral», «patrones de comportamiento, intereses y actividades restringidos o repetitivos»… No es solo lo que viven en su día a día, además se enfrentan a la «inexistencia de un método general de tratamiento» óptimo y una «escasa evidencia científica en las actuales intervenciones terapéuticas».
7. Llamar «antisocial» a alguien excéntrico que no comparte los mismos intereses que los demás; cuando en realidad una persona con un trastorno antisocial tiene «comportamientos delictivos», refleja «desconsideración hacia, despreocupación por, y vulneración de los derechos de los demás», y las características que acompañan a su enfermedad provocan en general «su fracaso en aquellos roles que requieren de su responsabilidad —como padre, quizás— o de su honradez, por ejemplo, como empleado», explican Belloch y Fernández-Álvarez. La prevalencia se sitúa en torno al 3% para los hombres y el 1% para las mujeres.
8. Algunas de estas enfermedades conducen al suicidio y, sin embargo, alegremente decimos que «dan ganas de tirarse por la ventana», «de cortarse las venas» —o, directamente, «me voy a suicidar»— cuando estamos hartos de algo. El suicidio causa la muerte de 10 personas al día en España, el 75% hombres, según los datos del INE. «Es imprescindible acabar con los mitos e ideas erróneas sobre este problema para facilitar la desestigmatización y culpabilización de la conducta suicida [como por ejemplo, que un intento de quitarse la vida se lleva a cabo para llamar la atención] y, con ello, facilitar que las personas con ideaciones suicidas pidan ayuda», explica Nel A. González Zapico, presidente de la Confederación Salud Mental España.
«No te hagas el loco«, como recuerda la campaña que ha lanzado Salud Mental España, en colaboración con Mediaset.