Me recibe en su despacho, el que ocupa cada día a sus setenta y siete años, contiguo al laboratorio donde trabaja codo con codo con su equipo, en el Centro de Biología molecular Severo Ochoa.
Me fascina contemplar que Margarita Salas es con mucho la científica española en activo más longeva. Aunque ese es casi el menor de los méritos que ostenta. En la actualidad es miembro ”ad honorem” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) es académica de la Real Academia Española (RAE) de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la Academia Europea de Ciencias y Artes, de la American Society for Microbiology y de la American Academy of Arts and Sciences, entre otras.
Sin embargo cuando le pregunto qué le queda por lograr en su carrera inicia su deseo con un “(..) cuando sea mayor…” y me deja sin palabras y una sonrisa casi de pudor, abrumada por la sincera espontaneidad con la que sentencia su objetivo: ”… quiero ser como Rita Levi-Montalcini (..) y que me dejen trabajar hasta el final, ella estuvo trabajando hasta los cien años” se afana en concretar ante mi arqueo de cejas.
Y seguimos hablando de sus inicios, cuando con solo 16 años abandona su Gijón natal para irse a estudiar Ciencias Químicas a Madrid. En una época en la que no era ni tan fácil ni lamentablemente tan usual que una joven pudiera independizarse de su familia, ni siquiera dedicarse a estudiar y mucho menos emigrar a Estados Unidos a continuar su carrera científica pocos años después, ni más ni menos que de la mano de el Dr. Severo Ochoa.
Me sorprende la naturalidad con la que narra la secuencia de sus decisiones, sus logros, su carrera, casi como si hubiera sido la única opción, sin más virtud que la de irrenunciable vocación.
Una mujer pionera por tanto. En mucho. Una de las muchas pocas que nos abrieron camino. Gratitud y admiración por ello a todas ellas y a Margarita por seguir haciéndolo.
