Las rabietas son muy incómodas no sólo para los padres sino también para el niño que las está sufriendo.
Gritar a un niño que está experimentando una rabieta o intentar controlarlo a base de enfados es tan poco eficaz como enfadarse con un recién nacido que se ha hecho pis encima. El niño que se enrabieta no lo hace por voluntad, sino precisamente por todo lo contrario; las estructuras cerebrales que permiten dominar sus emociones todavía no están lo suficientemente desarrolladas. El niño, no es capaz de controlar la frustración por si solo (por más que sus padres, le griten, ridiculicen o le amenacen). La rabieta es algo normal y natural en su desarrollo. Por eso la labor de los padres no consiste en exigir al niño que se controle solo (porque no puede) sino ayudarle a calmarse, a entenderse y a superar su frustración.
No todos los niños tienen rabietas, ni a todos les duran lo mismo, ni les ocurren con la misma frecuencia. Tampoco todas las rabietas deben acabar con el niño aceptando la negativa de los padres. En ocasiones, si la petición es legítima, los padres pueden ceder (el niño también debe aprender que la queja y la persistencia, en ocasiones, tiene su premio). Para las situaciones en las que decidas mantenerte firme en una decisión, debes saber que no hay fórmulas mágicas para detener las rabietas. Si embargo, sí hay cinco actitudes de los padres que pueden ayudar al niño a calmarse, ayudándole a superar el mal rato y aprender a tomar control sobre sus emociones y otras cinco actitudes que pueden provocar precisamente el efecto contrario. Por desgracia, muchos padres suelen echar mano de las actitudes menos eficaces consiguiendo que la rabieta de niño cobre aún más fuerza y que se sientan tan frustrados como el propio protagonista de la rabieta. Para evitar que a vosotros os pase, aquí os dejo los cinco SIes y los cinco NOes que os ayudarán a trabajar con vuestros hijos a calmar sus rabietas. Siguiendo estas pautas evitaréis empeorar las cosas y estaréis ayudándoles a ir adquiriendo control de sus emociones.
NO te tomes la rabieta como algo personal. El hijo es tuyo, pero su rabieta no. No pienses que puedes controlar su rabieta, porque en la mayoría de los casos no va a ser así. Un buen objetivo es que no se sienta solo y que se calme algo antes. Exigirte a ti mismo ser capaz de controlar la rabieta de tu hijo puede hacer que tu frustración aumente y hacer el problema más grande. Si hay una manera de solucionar esa rabieta, sin lugar a dudas pasa por que seas capaz de transmitir tu calma al niño; así que estate tranquilo/a. Saber que el problema lo tiene el niño y no nosotros suele ayudar a los padres a tomarse las cosas con más calma.
SI puedes explicar al niño el por qué de tu negativa. No suele dar un gran resultado porque el problema no suele venir de que el niño no entienda la situación sino de su dificultad para dominar sus emociones. Sin embargo, a veces funciona y si es así es la manera más rápida y tranquila de solucionar la rabieta y por lo tanto merece la pena intentarlo. El niño y tu os ahorraréis un buen sofocón.
NO pierdas el control ni te enfades con tu hijo. Sería poco inteligente pensar que vas a ayudar a un niño pequeño a ganar control sobre sus emociones perdiendo las tuyas. Enfadarte sólo va a asustar o violentar más al niño haciendo que su frustración aumente y la rabieta empeore.
NO agarres o sujetes al niño. Los gritos y las pataletas son la manera natural que tiene el cerebro del niño de descargar la tensión emocional y calmarse. Si intentas sujetarle estarás impidiendo el mecanismo natural de descarga y sólo conseguirás que el niño se frustre y enfurezca más.
SI puedes dejarle espacio y tiempo para que se exprese libremente. En ningún caso se trata de ignorarlo; debemos estar presentes, cerca suyo para que sepa que estamos a su lado y que nos importa como se siente. La rabieta no es un chantaje sino un problema que tiene el niño y, aunque intentar controlarlo o sujetarlo no funciona, debemos permanecer a su lado. Darle la espalda sólo hará que se ponga más nervioso.
NO atosigues al niño y le pidas que se calme una y otra vez. Si sigue muy enfurruñado posiblemente necesite más tiempo.
NO le hagas pasar vergüenza con frases como…”El señor de la tienda te está mirando”, “Qué feo estás cuando te enfadas” o “Mira lo tranquilo que está tu hermano”. Las comparaciones sólo conseguirán frustrar más al pequeño.
SI puedes reflejar su frustración y enfado utilizando la empatía. Frases como: “Te apetecía mucho esa piruleta”, “Vaya, te has enfadado mucho, ¿verdad?” funcionan, porque lejos de hacerle sentir peor le ayudan a sentirse comprendido y, a comprenderse a sí mismo. Puedes dejar caer dos o tres comentarios empáticos; no conviene insistir o repetir estas frases constantemente, porque el niño se puede sentir manipulado, pero utilizarlo con cautela es una de las mejores herramientas para ayudar al niño a subir los escalones que van de la frustración a la tranquilidad. Yo los utilizo siempre y los resultados son desde buenos a excelentes. Puedes aprender a utilizar respuestas empáticas y así mejorar tu capacidad para calmar y comprender a los niños aquí.
SI puedes ayudar al niño a plantearse nuevas alternativas. Al cerebro del niño le cuesta ser flexible y salir de su propio enfoque y eso hace que lo vean todo más negro de lo que realmente es. Por eso, escuchar frases como “Podemos comprar la piruleta este fin de semana” o “¿Te apetece que te lleve a caballito?” pueden ayudar al niño ver la luz al final del túnel.
SI puedes permanecer cerca de él y dejar que se agarre a tu pierna (si así lo desea) o incluso tomarlo en brazos cuando el niño esté algo más calmado y siempre que quiera o acepte que le sujetes o le abraces. A veces los niños más enrabietados piden que sus padres le tomen en brazos y sus padres les niegan el abrazo pensando que es otro capricho o no se merecen el abrazo hasta estar más calmados. Sin embargo, el abrazo es una petición de socorro para intentar unir los cables que la rabieta ha cortocircuitado, y dar un abrazo, si el niño lo pide o se deja es treméndamente útil (de hecho la mayoría de las rabietas de mis hijos suelen acabar con algún tipo de abrazo).
Espero que la próxima vez que vuestros hijos entren en barrena, en lugar de perder la calma os acordéis de estas pautas y os ayude a recobrar los mandos. Si os resultan de ayuda (seguro que sí) compartid este post para que muchos otros niños se sientan también comprendidos.
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Por Álvaro Bilbao – Autor de “El cerebro del niño explicado a los padres“
Fuente: www.elcerebrodelniño.com