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Profesores y directores coinciden en que cada vez se da más en Infantil y Primaria
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Consideran que los padres cada vez cuestionan más el trabajo de los docentes
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Hay ‘profesores plastilina’ que, ante el poco respaldo recibido, ‘miran hacia otro lado’
Dibujo realizado por Cristina Pujol Fuertes (12 años) durante su visita al diario EL MUNDO.
Raúl (nombre ficticio) no soporta que nadie le corrija. Tiene ocho años y a veces araña y muerde a otros niños de su clase. Un día, la profesora le hizo notar que había coloreado el dibujo fuera de donde marcaba la línea. Raúl se levantó, se puso a gritar y empezó a dar patadas a la maestra, que tuvo que sujetarle para que la cosa no fuera a más. Al día siguiente, los padres de Raúl acudieron al colegio. Dijeron que iban a denunciar a la educadora por lesiones.
Casos como éste se acumulan en la oficina del Defensor del Profesor, que ayer publicó un informe anual en el que se advierten dos nuevos fenómenos. Por un lado, los padres cada vez protagonizan más las agresiones. Por otro, la violencia escolar se está produciendo en edades más tempranas.
Entre las llamadas de auxilio que los docentes realizaron en el curso 2013/2014 al servicio de orientación jurídica y psicológica que presta el sindicato de profesores Anpe, aparece un crío, también de Primaria, que la emprendió a empujones contra un amigo porque el balón no entró en la portería. Otro utilizó un punzón.
«En Infantil se da bastante el niño que está acostumbrado a que sus padres no le nieguen nada. Pero también hay chicos con problemas psicológicos añadidos y las familias no quieren que se les diagnostique. Por eso denuncian al docente», explica Inmaculada Suárez, defensora del Profesor. Por primera vez desde que, en 2005, se creó este organismo, las denuncias de casos en Primaria (el 40% de las 3.345 recibidas el año pasado) superan a las de Secundaria.
Cambio de tendencia
El fenómeno de la violencia escolar no es ni mucho menos generalizado, pero en el Defensor del Profesor están «preocupados» porque han detectado «un repunte» de la conflictividad en las aulas, después de unos años en los que el problema parecía haberse reducido. Ven un «cambio de tendencia» que achacan, en parte, al efecto de la crisis económica.
Según Nicolás Fernández, presidente de Anpe, los recortes educativos «han tenido una incidencia negativa en el incremento de algunos conflictos y han estancado los avances en la convivencia de las aulas». Los docentes coinciden en que es mucho más difícil «mantener la disciplina» si se incrementa la ratio de alumnos por aula; se rebaja el número de profesores; se reducen los programas de apoyo y compensación; se dejan de cubrir las bajas laborales en los 10 primeros días y, encima, las familias pagan con el maestro el hecho de que les hayan quitado las ayudas a los libros o al comedor.
Pero hay más causas detrás de estos conflictos. El informe indica también que en los últimos años se ha producido una «relajación en el cumplimiento de los decretos de convivencia» por parte de directores e incluso de docentes. Suárez habla de profesores plastilina, que, ante el poco respaldo que reciben de los equipos directivos, de la administración y de los padres, «se adaptan a las circunstancias y miran hacia otro lado».
«Cuando hay que sancionar a un alumno nos cortamos demasiado», admite Dolores Agenjo, directora del Instituto Pedraforca de Hospitalet (Barcelona). Desde el conocimiento que le dan sus 35 años de experiencia, opina que «la ley debería ser más rígida y las sanciones, más duras».
Autoridad pública
La Lomce se ha estrenado este curso reconociendo al docente la figura de autoridad pública, como tienen los policías, pero todos los profesores y directores consultados por este periódico consideran que es papel mojado si no se concreta en un desarrollo normativo y si no se restaura el respeto perdido al profesor.
«A veces, es más problemática la relación con los padres que la relación con los alumnos. Hay un importante cambio respecto a esto. Antes, los progenitores tenían una gran consideración al profesor y ahora crean grupos de WhatsApp en los que se dedican a poner en duda todo lo que él hace. Esto termina calando en los alumnos», opina Joaquín Egea, director desde 1991 del colegio concertado Buen Pastor de Sevilla, que añade que «a los padres les cuesta mucho reprender a sus hijos».
Dolores Agenjo cree que si la violencia escolar cada vez empieza a edades más tempranas, es porque «están criados en una sociedad muy permisiva y acostumbrados a que les den todo lo que piden».
«Y también es por la influencia de los medios de comunicación. Niños de seis años nos cuentan que ven programas donde la gente se grita. Los padres están trabajando y muchas veces a estos niños les cuidan los abuelos o sus hermanos mayores, que les ponen la televisión», añade Asunción Gallardo, directora del colegio público de Primaria Gabriel Vallseca, situado en Son Gotleu, una de las barriadas más deprimidas de Palma de Mallorca.
Un síntoma
María del Carmen Carrón, profesora de Lengua en 1º y 2º de la ESO en el Instituto Humanejos de Parla (Madrid) considera, por su parte, que «la violencia puede ser un síntoma, un indicador de que le pasa algo, un grito en el cual los chicos indican que no están siendo educados». «A veces, que un chico tenga un arrebato es lo mejor que puede ocurrirnos. Tuve un alumno con una reacción agresiva. Le pregunté y me contó un problema que traía de casa. Ahora entiendo mejor a ese chico», explica.
Virginia Santana, jefa de estudios del colegio público de Primaria Tinguaro de Vecindario (Gran Canaria), cuenta cómo en su centro se han metido en el bolsillo a padres y alumnos: «Veíamos que, si regañábamos a los alumnos, los padres se ponían de parte de ellos. Hemos creado una escuela de padres y ahora el problema está remitiendo. Hay que saber relacionarse con los padres y darles expectativas positivas a los niños. A uno de los más agresivos le nombré encargado de encender la pizarra digital y de enchufar el ordenador. Al darle esa confianza, le impliqué». Y el crío no volvió a liarla en clase.