La mayoría de los profesores son docentes por vocación: su misión es enseñar con excelencia a los niños y jóvenes. Tal vez pienses, como padre o madre de un hijo con alta capacidad, que en tu caso te han ido a tocar justo esa minoría de profesores quemados o adocenados, aquellos cuya pasión no es realmente el aprendizaje de sus alumnos sino simplemente cobrar a fin de mes, o convivir con la mediocridad -o, lo que es peor, poner a parir a sus alumnos y familias por el whatsapp-. No obstante, me gustaría pensar que la mayoría de los profesores que ya has conocido -y los que te quedan por conocer- solo quieren suscitar emociones y experiencias positivas de aprendizaje en sus alumnos.
En ocasiones, el conflicto entre la escuela y las familias con hijos de alta capacidad surge al desatender aquella las peticiones de diagnóstico de estas. Otras veces ambas partes difieren en las medidas de atención educativa que requieren los alumnos. Otras, las menos, por la simple inacción, pasividad o falta de profesionalidad de los docentes.
Más allá de la etiología de las malas relaciones entre familias con hijos de alta capacidad y escuela, resulta clave centrarse en las buenas prácticas que fomenten una necesaria relación positiva de colaboración entre ambas partes. Esto no significa ceder en derechos y deberes por ambas partes, sino simplemente focalizarse en acciones estratégicas centradas en soluciones.
Una de estas claves es la atención sin prejuicios y la escucha activa de las necesidades de las familias con hijos de alta capacidad por parte de los docentes. Esta es la necesidad más elemental de estas familias y, sin duda, la más desatendida: la escucha activa. Los colegios siguen siendo organizaciones poco orientadas a los clientes, esto es, poco interesadas en conocer y satisfacer las necesidades de sus clientes (sus alumnos y familias), ofreciendo servicios de calidad y tratando de forma profesional, proactiva y directa a las personas para satisfacer sus necesidades más allá de sus expectativas. Los colegios que trabajan con modelos de calidad como EFQM saben bien de lo que hablo y han logrado avances muy significativos en este sentido. La experiencia me dice que las familias con hijos de alta capacidad son los clientes del sistema educativo a las que menos se escucha y a las que más se etiqueta y prejuzga sus demandas.
Desde el punto de vista de las familias, esta actitud en ocasiones prepotente de los colegios les ocasiona emociones negativas que a veces dificultan las relaciones con el centro educativo. Por eso para ellas lo más importante es el manejo emocional de la nueva situación y, por qué no decirlo, la resilencia, esto es, la capacidad para manejar estas emociones negativas en el tiempo.
Resulta fundamental que las familias nunca hablen en términos negativos del profesor ante sus hijos, (este profesor solo consigue que te aburras, no sabe tratarte bien, etc). Esto solo facilita que los hijos asuman una actitud de irresponsabilidad ante los docentes.
Hay profesores excelentes, pero que no consiguen empatizar con los alumnos de alta capacidad. Son buenos profesionales, pero este colectivo de alumnos no les “cae simpático” por así decirlo. Piensan que estos niños pueden aprender por ellos mismos, que no necesitan ayudas o que el hecho de proporcionárselas es un síntoma de elitismo intolerable antes las necesidades más perentorias de otros colectivos de alumnos. Simplemente, los alumnos de alta capacidad no tienen problema alguno. La relación de las familias con estos profesores está condenada la mayoría de las veces al fracaso.
Por esta razón, hemos de enseñar y entrenar a las familias con hijos de alta capacidad a ser positivas, pacientes y perseverantes, al igual que debemos formar a los profesores sobre las necesidades educativas de los alumnos con alta capacidad y sobre cómo crear alianzas positivas de trabajo con sus familias. No conozco ningún colegio de España que tenga desplegado un programa de formación enfocada en esta dirección. Pero seguro que solo se debe a mi ignorancia inconsciente. Agradecería que algún buen Sócrates de la educación me sacara de esta ignorancia inconsciente pues se trata, como todo lector de Platón sabe, de una de las formas más malignas del mal.