Rafael Yuste Neurobiólogo
La tecnología pronto va a aumentar las capacidades de tu cerebro. Se llama ‘neuroaumentación’ y significará un cambio tan rotundo que modificará la especie humana. Hablamos con el neurobiólogo que convenció a Barack Obama para que se cartografiara nuestra mente: el proyecto Brain. Rafael Yuste es español, trabaja en Nueva York y está muy preocupado.
Por Carlos Manuel Sánchez / fotografía: Elias Williams
Si algún día la humanidad consigue tener un mapa del cerebro, como ya tiene el del genoma, será gracias a Rafael Yuste, el neurobiólogo que convenció a Obama para impulsar un programa de 15 años en el que participan 500 laboratorios y miles de científicos. Es el proyecto Brain, que tiene como objetivo cartografiar ese cosmos de 80.000 millones de neuronas que pesa un kilo y medio y cabe en un jarrón, pero que continúa siendo el misterio más insondable de la existencia humana.
Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia (Nueva York), compagina sus investigaciones con otra iniciativa descomunal: la de incluir los neuroderechos en la Carta de las Naciones Unidas. Ya ha conseguido la complicidad de António Guterres, secretario general de la ONU, y corteja a la Casa Blanca y al Capitolio. En octubre, Chile se convirtió en el primer país del mundo que garantiza constitucionalmente la protección del cerebro.
XLSemanal. ¿Qué quieren proteger exactamente?
Rafael Yuste. La actividad y los datos del cerebro. Igual que ahora todo el mundo tiene móvil, la siguiente revolución serán los dispositivos cerebrales. No solo electrodos o implantes, hay mucha tecnología no invasiva, como gafas, diademas, pulseras y cascos que se conectarán al cerebro. No deben venderse como electrónica de consumo.
XL. ¿Y qué hay que hacer?
R.Y. Deberían considerarse como aparatos médicos. De este modo, se aplicaría la misma legislación que regula los medicamentos y necesitarán la aprobación de las autoridades sanitarias.
XL. Usted también propone la revisión del juramento hipocrático, ¿por qué?
R.Y. Porque hay que actualizarlo. Tendríamos una doble garantía. Desde arriba, los gobiernos deben velar por los neuroderechos. Y, desde abajo, médicos investigadores e ingenieros se comprometerían a aplicar solo la tecnología que sea beneficiosa, justa y digna para el ser humano.
«Hay que evitar que la humanidad se fracture en dos: Los que tienen sus capacidades mentales aumentadas y los que no. La mejora deberá hacerse como los trasplantes, de manera transparente»
XL. Hay mucha buena tecnología que se basa en la comunicación entre máquinas y cerebro: implantes cocleares, retinas artificiales, exoesqueletos, brazos biónicos… Pero también hay mucha preocupación por la capacidad de la tecnología para manipularnos.
R.Y. Estamos en un momento decisivo de la historia de la humanidad, incluso como especie. Lo que podemos hacer con un ratón hoy lo haremos en diez años con personas. Registrar la actividad cerebral ya es factible. Y pronto también podremos influir en esa actividad e incluso cambiarla. Eso nos va a llevar al mejoramiento mental y cognitivo de la especie humana. Es inevitable. En unos años utilizaremos interfaces cerebro-computadora que nos permitirán escribir con el pensamiento, conectarnos a Internet directamente… Esto va a cambiar la especie humana.
XL. ¿Usted cree?
R.Y. Estoy convencido. Hay que definir cuanto antes qué tipo de ser humano queremos ser y dejarlo por escrito en la Declaración Universal de Derechos Humanos, que es un documento sobre el que la mayor parte de las personas del planeta estamos de acuerdo. Se redactó en 1948 y no se ha tocado desde entonces, pero es el momento de ponerla al día. Hay que ser valientes para dar un paso adelante y entrar en este nuevo mundo sabiendo lo que queremos.
XL. ¿Y qué pasa si yo quiero seguir siendo un humano ‘estándar’, normal y corriente?
R.Y. Hay que evitar la fractura de la humanidad en dos tipos de seres: los que tienen acceso a la tecnología de realidad aumentada y los que no. Y ahí es donde el modelo médico viene de perlas. Sería igual que una persona que quiere un trasplante. Lo siento, pero tiene que esperar. Da igual si tiene mucho dinero. La asignación de órganos la deciden los comités éticos en función de la lista de espera, la máxima necesidad… No según la opinión del paciente. Y es una de las partes más estrictamente reguladas de la medicina porque son decisiones de vida o muerte.
XL. ¿Propone un modelo similar con la neuroaumentación?
R.Y. Exacto. Que se establezcan unos comités y decidan las reglas. Y que participen no solo los médicos, sino los expertos en ética, los ingenieros, los ciudadanos… Lo lógico es que los primeros en la lista sean los pacientes que lo necesitan por su deterioro cognitivo a causa de la edad, por accidentes cerebrovasculares, por traumatismos, por problemas genéticos que acarrean una discapacidad mental… Pero un día habrá que decidir también qué hacemos con el resto de la población. Y debe hacerse de una manera transparente, informada y democrática.
XL. ¿Corren el riesgo los que no quieran o no puedan ser mejorados de convertirse en los ‘neandertales’ de esa nueva especie de Homo sapiens optimizado?
R.Y. Supongo que puede suceder algo parecido a lo que está ocurriendo ahora con las vacunas. Hay gente que no se quiere vacunar, a pesar del riesgo de contagiarse y morir. No puedes forzar a la gente a hacer lo que no quiera, pero los que renuncien a las tecnologías que aumentan la capacidad del ser humano deben ser conscientes de que pueden tener un déficit cognitivo en comparación con el resto. Otra manera de imaginarlo es la brecha digital. Ahora mismo hay una gran diferencia entre los que tienen acceso a lo digital y los que no, aunque no sean dos especies distintas. Pero hay seres humanos que están conectados y otros que no, y empieza a ser cada vez más grande la diferencia en el trabajo, en los contactos sociales… Ya hay cuestiones básicas, como ir al médico o al banco, en que te empiezas a quedar atrás si no puedes hacerlo on-line. Esta brecha digital puede ampliarse de una manera brutal con las neurotecnologías de aumentación.
XL. En su famoso artículo de Nature de 2018, que sirvió para presentar internacionalmente los neuroderechos, considera que el principio básico es preservar la identidad de la persona. ¿Realmente está en peligro algo tan fundamental?
R.Y. Ya estamos manipulando la identidad en experimentos con animales. Generamos arbitrariamente cambios en su comportamiento. Podemos manejar a los ratones en el laboratorio como si fueran marionetas estimulando unas células de la corteza cerebral u otras. Esto no lo hacemos por jugar, sino por saber cómo funciona el cerebro y qué podemos aprender para reestructurar los circuitos neuronales de enfermos mentales y neurológicos.
XL. ¿Y con personas?
R.Y. Estamos en los primeros estadios de la revolución neurotecnológica, pero en todo el mundo ya se utiliza la estimulación cerebral profunda, sobre todo en pacientes de párkinson, depresión, bipolares… Se les pone un electrodo en el cerebro conectado con un cable, lo que se conoce como un ‘marcapasos cerebral’. Y se estimulan zonas del cerebro para aliviarles el temblor o los episodios depresivos que pueden llevar al suicidio. Hay evidencias de que a algunos pacientes a los que se les coloca el electrodo en el sitio equivocado o se les estimula más de lo debido les cambia la personalidad. Incluso se han dado unas cuantas anécdotas…
XL. Cuente alguna.
R.Y. A veces los familiares del paciente van al médico y le preguntan qué le están haciendo al abuelo, porque cada vez que se enciende el dispositivo se convierte en otra persona. Y hay casos muy complicados en que al paciente le gusta más su nuevo yo. Tenga en cuenta que la conciencia del yo, la identidad personal, está generada por el cerebro. Si no proteges el yo, ¿para qué sirven el resto de los derechos humanos? Pero el problema es todavía más grave.
XL. ¿A qué se refiere?
R.Y. A que hemos hecho un análisis comparativo de todos los derechos humanos existentes, incluyendo la Declaración Universal, los convenios internacionales, todas las comisiones de la ONU de las últimas décadas. Y no hay ninguno que proteja la identidad personal. Es algo que dábamos por hecho. Pero ahora se le puede cambiar la personalidad a un ser humano y no hay ninguna ley a la que pueda acogerse.
XL. Hablemos de lo que está por venir… ¿Nos comunicaremos telepáticamente?
R.Y. Ya se ha conectado el cerebro de varios animales. Y se puede coordinar a nivel neurológico a varias personas para la realización de una tarea común. No es una fusión de mentes, pero es el comienzo.
XL. ¿Cuánto falta para que seamos capaces de leer el pensamiento?
R.Y. Ya lo hacemos. La neurotecnología utiliza métodos ópticos, eléctricos, magnéticos, acústicos, informáticos y químicos para hacer dos cosas: una es registrar la actividad cerebral. Y la otra es cambiarla. Cuando estudias un idioma extranjero, es más fácil aprender a leer que a escribir. Con el cerebro pasa algo parecido: es más fácil descifrar lo que pasa dentro de tu cabeza que manipularte. Las tecnologías de lectura de la actividad cerebral van por delante como diez años. En los animales ya podemos hacer las dos cosas, pero en humanos estamos empezando a leer el pensamiento.
XL. ¿Qué se puede hacer ya concretamente?
R.Y. Si utilizas tecnología invasiva, con dispositivos insertados en el cerebro, mis colegas de Stanford ya son capaces de descifrar lo que piensa una persona que ha perdido el habla y transcribirlo con un 95 por ciento de precisión a un ritmo de cien palabras por minuto.
XL. ¿Y con tecnologías no invasivas?
R.Y. En Berkeley llevan más de diez años utilizando la resonancia magnética funcional. Son unos grandes tubos con imanes donde metes al paciente y puedes registrar la actividad cerebral de una manera indirecta. No ves las neuronas que se disparan, pero mides el flujo sanguíneo y el nivel de oxígeno en las distintas regiones cerebrales. Por ejemplo, le enseñas a una persona una imagen y ves qué parte del cerebro se activa. Así vas obteniendo un mapa mental asociado a una especie de diccionario. Y con esas herramientas tú le dices al sujeto que piense en algo y puedes descifrarlo de una manera cada vez más precisa.
XL. Pero estos escáneres están en los hospitales, no es algo que puedas hacer en casa.
R.Y. Ahora sí. Este mismo año, una compañía de California ha lanzado al mercado el primer escáner cerebral portátil. Es un casco que incorpora sensores de luz infrarroja. Lo he probado y funciona muy bien. Con estos escáneres y algoritmos de inteligencia artificial se abren las puertas a la posibilidad de que cualquiera pueda leer lo que te pasa por la cabeza. Por eso es tan urgente proteger la privacidad mental. Es una línea roja que no debemos cruzar. Tú te defines por tus pensamientos, tus memorias, tus emociones… y, además, por el subconsciente, que también queda expuesto. Se podrá leer incluso aquello que ni siquiera tú conoces de ti mismo porque lo tienes guardado por debajo del umbral de la conciencia. Una cosa es hacerlo por una cuestión médica o de investigación, pero no debe hacerse a la ligera.
XL. No quiero imaginar una herramienta semejante en manos de un gobierno autoritario…
R.Y. Por eso es tan importante abordar este problema no como una regulación de una tecnología más. Ya hemos visto que esa estrategia ha fracasado estrepitosamente a la hora de regular Internet. Esto es un problema tan serio como puede ser la tortura. El secretario general de la ONU, António Guterres, se ha involucrado, pero es un largo camino… Tener un convenio internacional significa que, si un gobierno o una empresa lo rompe, hay consecuencias serias, penales incluso, igual que ocurre ahora si rompes el convenio sobre energía nuclear.
XL. Pero ese control, en la práctica, es difícil. Una universidad está obligada a ser transparente, ¿pero una compañía que trabaje para un ejército?
R.Y. Ya. En nuestra fundación (NeuroRights Foundation) hemos analizado 21 productos comerciales neurológicos. Pues bien, en las condiciones del contrato de todos ellos se especifica que los datos que obtenga el dispositivo pertenecen a la compañía, no al usuario. Y pueden hacer lo que quieran, analizarlos, venderlos… Encima, si quieres acceder a los datos que han obtenido de tu cerebro, tienes que pagar. Los escáneres portátiles y otros dispositivos van a inundar el mercado. Y es cuestión de tiempo que alguien quiera aprovecharse. La sociedad está totalmente desprevenida. El cerebro no debe tocarse por fines comerciales.