Ocho estudiantes de Medicina rotan por primera vez en la Unidad de Paliativos. «Esto es un golpe de realidad», dicen
Ninguno llega a los 25 y todos son ya médicos. Acaban de finalizar sexto y forman parte de la promoción de la Universidade de Santiago que, en su último año y por primera vez, ha rotado en una unidad «dura», coinciden: Cuidados Paliativos en el Sanatorio de Oza, ese espacio en el que las pérdidas, sin perder la dignidad, concentran toda la intensidad de lo definitivo.
El contacto directo con el final de la vida «cuesta», dice Nuria. Es difícil distanciarse. «Lo intentas, pero te acaba afectando», apunta Adrián antes de que Leandro reflexione sobre la necesidad que se siente de compartir: «Tienes que hablarlo con alguien; yo se lo contaba a mis padres, y me ayudaba». «Si no lo haces, si te lo guardas todo, acabas estallando», confiesa Elisa.
No les cuesta, a ninguno de ellos, recordar ese momento que se incrusta en el recuerdo. Rita, el tercer día, vio un último suspiro. «No sabía si ser hermética, como una máquina, entrar y comprobar las constantes, o absorber todo lo que podía y aprender de la vida. Fue la primera vez que lloré en el servicio. Ahí me di cuenta de que Paliativos es diferente».
El antes y después de Adrián fue una mañana del sexto día. Era lunes, temprano. «En hora y media sedamos a tres pacientes: fue un golpe de realidad». Algo parecido sintió Nuria cuando «de repente, en un fin de semana», en diez camas ya no estaban los pacientes del viernes. «La psicóloga me miró y me dijo: ‘no siempre es así’. Pero fue un shock». Ella observó cuántos sufrimientos se pueden llegar a acumular, cada vez que una madre en sus horas finales se despedía de sus hijos, que vivían en Suiza. «Sufría por ella, y por sus hijos, ellos no sabían si la próxima vez seguiría allí».
Resume la situación Elena: «Esto no lo enseñan en la carrera, aquí me di cuenta de las carencias que tenemos en nuestra formación, sobre todo en humanidades, en seis años nadie nos ha enseñado a dar malas noticias». «Sí -apunta Adrián- en la vida real no hay A, B y C, no hay respuestas tipo test», dice en un coloquio al que Rita apunta «hemos estado seis años estudiando y no sabemos cómo afrontar esto, algo no funciona». A Yago, por ejemplo, se le plantearon dudas en el momento, concreto y real, en el que un paciente se le derrumbó. «Pensé, ¿lo puedo abrazar?, ¿hasta dónde puedo llegar como médico? ¿Y cómo persona?», reflexiona sobre unas inquietudes a las que encontró respuesta en el ejemplo diario del personal de la unidad. «Son excelentes: si un familiar mío estuviera en situación terminal, elegiría este servicio. A mí me gustaría acabar mis días aquí», concluye.
«Aquí no importa tanto la biología como la humanidad»
En su corto paso por la unidad, todos repiten su sorpresa y satisfacción por lo visto y lo aprendido, y por descubrir que, a veces, el consuelo se presta, simplemente, con el gesto espontáneo de estar. Con quedarse, en la última despedida, acompañando el dolor de un final a la puerta de la habitación . «No te lo esperas», resume Nuria sobre las múltiples formas de absorber algo más que conocimientos.
Coinciden también estos jóvenes médicos en que el espíritu y la profesionalidad de Paliativos no deben encerrarse en la unidad del Hospital de Oza. Se refieren no solo al saber técnico de los médicos y enfermeras especializados, que también, sino y sobre todo a lo que «es imposible transmitir en apuntes», como dice Adrián, y que Leandro concreta de forma concisa: «Aquí no importa tanto la biología como la humanidad». Lo vieron, por ejemplo, rotando con los psicólogos para comprobar lo importante que es «sencillamente sentarse y escuchar; es impresionante cómo puede marcar la diferencia para una persona preguntar simplemente ‘qué tal has comido hoy’», cuenta Xavier.
Es por eso que, bajo su mirada, esa forma de hacer y estar ha de extenderse. «Los cuidados paliativos hay que hacerlos en todo el hospital. Mueren personas en todas partes y todos somos médicos, ¿no?», reflexiona Yago.