Le han dicho que cierre los ojos, pero Miguel Ángel del Pozo es incapaz. Su mano izquierda descansa sobre el cuerpo sinuoso de un violonchelo y con la derecha agarra fuerte la mano de su mujer. El arco le arranca al instrumento las notas más bonitas que, posiblemente, se hayan escuchado en la habitación 105 del Hospital Centro de Cuidados La Laguna. La vibración recorre las yemas de los dedos de Miguel Ángel, un cosquilleo que le sube por el brazo y le atraviesa el pecho. Olvida que tiene cáncer, olvida el dolor, olvida el sufrimiento. Abre los ojos y busca con sus labios la mano de su mujer. La sesión de musicoterapia está en su punto álgido.
«Tengo un cáncer de páncreas que no tiene vuelta atrás», sentencia estoico Miguel Ángel, de 67 años, para quien su enfermedad no es un tabú. Los dolores que siente son intensos y no aguanta mucho tiempo sentado sin retorcerse en la butaca de su habitación. Pero la música le ayuda, al menos, a dejar de pensar en ello. Es la segunda vez que él y su mujer, Carmen Portada, de 63 años, participan en una sesión de musicoterapia, un tratamiento que desde hace tres meses el hospital ofrece a sus pacientes. Este centro está promovido por la Fundación Vianorte-Laguna y a él pueden acudir personas sin recursos.
En los hospitales de cuidados paliativos españoles no es una terapia habitual, a pesar de que los beneficios de esta práctica son muchos y están contrastados científicamente, según explica Javier Rocafort, director médico del centro. El 66% de los pacientes adultos que han participado en las sesiones disminuyen la intensidad del dolor y el 83% reduce su nivel de cansancio, según un estudio desarrollado en hospital. «Está perfectamente demostrado que disminuye la depresión la ansiedad, reduce el estrés y el dolor» asegura el doctor. Aunque aclara: «Siempre ha de ser una terapia añadida. Se trata de mejorar los resultados clínicos, que ya de por sí deben ser buenos con la actividad sanitaria normal».
Mery Martínez, de 39 años, y Carla Navarro, de 31, son las musicoterapeutas. Martínez con su guitarra y Navarro al violonchelo. Juntas recorren las habitaciones del centro en busca de sonrisas en un lugar donde reina la tristeza. «Nuestra función es dar calidad de vida y bienestar al paciente en el último momento de su vida, captando todas las capacidades que todavía existen. A pesar de que estamos hablando de enfermedades terminales hay muchas cosas que todavía pueden hacer», asegura Martínez mientras abre al máximo sus enormes ojos azules.
Está demostrado que disminuye la depresión la ansiedad, reduce el estrés y el dolor
Javier Rocafort, médico
La misma pasión por su trabajo transmite Navarro. «Es más duro verlo desde fuera. Nosotras no vemos final de vida, vemos la vida», añade. Y de la vida hablan con Miguel Ángel y Carmen. Las dos musicoterapuetuas acompañan con música a la pareja en un paseo entre recuerdos. Gracias a las notas, caminan por Malasaña (Madrid) y entran en El Franco, el bar donde hace 48 años ella le conquistó bailando. Estallan en carcajadas al recordarlo. «¡Y eso que somos de izquierdas!», exclama Carmen.
Una vez a la semana Martínez y Navarro acuden al hospital con dos maletones rojos a rebosar de instrumentos a dar sus sesiones, no solo a adultos, también a los niños con enfermedades raras de la unidad de pediatría. «La diferencia es que los adultos saben que están en su final de vida. La gran mayoría de los niños, sin embargo, no hablan y no son capaces de verbalizar lo que sienten. Con ellos no sabemos en qué momento estamos», explica Navarro.
«Me siento como flotando en una nube», susurra Miguel Ángel al terminar la sesión. Las emociones han sido intensas y el paseo largo. Se queda dormido y Carmen se relaja al observar que su marido descansa tranquilo sobre la cama del hospital, quizás con el sonido del violonchelo todavía resonando en su cabeza.
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