Un grupo de profesoras de toda España denuncia que la pornografía invade las aulas e impide el normal desarrollo de los estudiantes.
Un estudiante grabó a su madre desnuda en la ducha y compartió el vídeo con sus compañeros de aula, en Cataluña; un joven hizo un vídeo durante las relaciones sexuales con su novia, compañera de instituto, y lo subió a una página pornográfica, en Madrid; los estudiantes hombres piden más permisos para ir al baño, «adictos a la masturbación», en Valencia; una chica de primero de Bachillerato queda para tener sexo en grupo con algunos compañeros que le piden imitar un ‘gang bang’ y «se supo enseguida en el instituto», en una ciudad pequeña mediterránea. Son algunos casos que ha documentado un grupo de profesoras decididas a luchar contra la pornografía en los centros educativos. Agrupadas bajo el nombre de Docentes Feministas por la Coeducación (Dofemco), estas maestras observan cómo el consumo de pornografía a edades tempranas afecta ya el normal desenvolvimiento de las clases.
«Se habla poco de la adicción que causa la pornografía y que impide el desarrollo de la vida y el desempeño de tus funciones, como estudiar. Preocupa que los mayores pidan con bastante frecuencia salir del aula, porque ven porno durante la jornada escolar. O que un adolescente llegue a ver a su propia madre como un objeto sexual que compartir con sus colegas», afirma Alicia Boluda, profesora de secundaria y miembro de Dofemco. «En secundaria se ven más los efectos, porque a la mayoría de los estudiantes ya les han regalado un móvil. Esa es la clave».
La misma Boluda intervino en su instituto ante un caso de un vídeo de contenido sexual compartido por redes sociales entre sus estudiantes. «Era la grabación de un abuso sexual, de un adulto a una menor. Un caso de pederastia. Saltaron las alarmas, porque siempre hay alguien que cuenta que aquello se ha compartido entre un grupito. En estos casos, el profesorado actúa guiado por la dirección del centro. Cuando es grave, como en una agresión sexual, se tiene que avisar a la Guardia Civil», relata Boluda. Durante la investigación se llega a conocer quién ha pasado el vídeo. En este caso, «un vecino a uno de los alumnos, que a su vez lo compartió con sus compañeros. Sin embargo, la primera reacción de los jóvenes es borrarlo de sus dispositivos».
Según la experiencia de las profesoras, los jóvenes consumen pornografía a través de canales como Telegram, Discord, Twitter, Tik Tok o WhatsApp, «al alcance de cualquiera». También en las web específicas de contenidos sexuales. Así, «desarrollan una ‘culturilla’ pornográfica, aunque no se puede generalizar», mantiene Boluda, que también es coordinadora de Igualdad y Convivencia de su centro educativo en la Comunidad Valenciana. «Comienzan a hacer comentarios entre ellos, como citar nombres de actrices o actores porno. Se ríen, tú preguntas: ‘quién es’; pero entiendes que ya están viendo contenido para adultos. O alguna madre te llama porque eres la tutora de su hijo y ella ha visto que se ha compartido un vídeo pornográfico en el grupo de WhatsApp del menor. También he tenido alumnos aterrorizados porque es la primera vez que ven pornografía y les sobrecoge».
Abolicionismo
El fenómeno abusivo más extendido con los dispositivos móviles es la divulgación indiscriminada de un contenido erótico compartido en la intimidad. Sobre todo de una chica que se graba a sí misma para enviar el vídeo a su pareja. «Es difícil encontrar profesores que no hayan tenido un caso de ‘sex spreading’», sostiene Boluda. El camino comienza con la hipersexualización fomentada por las redes sociales, como Tik Tok o Instagram. «No son conscientes del peligro que supone».
Luego viene el salto, en el espacio íntimo. «Las parejas, un rollete como dicen ellos, empiezan a compartir imágenes de su cuerpo desnudo con fuerte carga erótica. Ocurre que luego se comparte con otros, lo que es además ilegal. Pero corre como la pólvora». Muchas veces imitan lo que aprenden en la pornografía. «Aunque ellas no lo vean excitante, sí saben que a ellos les gusta, y acceden a ciertas prácticas, incluso de sexo duro», dice Boluda.
El peligro con la pornografía, explican en Dofemco, está en que no se trata de gente que tiene sexo, sino de prácticas de riesgo, violencia y parafilias. «El profesorado que no ha analizado este fenómeno no tiene una opinión negativa de la pornografía. Cree que es cine, ficción, sexo representado. Pero ante las cámaras no se finge. Si ves el ahogamiento de una mujer porque la atragantan con el pene o que la golpean, eso se está produciendo. En la naturaleza de los chicos no está buscar la violencia, pero les llega a parecer erótica de tanto consumirla».
En Dofemco promueven el abolicionismo de la pornografía, así como se propone la abolición de la prostitución. «Están íntimamente ligadas y es explotación sexual de la mujer», concluye.