El futuro educativo: niños más creativos, menos aburridos y estresados
Los sistemas educativos surgidos de la revolución industrial someten a los niños a incesantes exámenes donde las matemáticas y la lengua predominan sobre las otras materias. Ilustración de Ignasi Cusí.
Muchas de las cosas que nos contaron nuestros padres ya no sirven. El modelo «estudia, consigue un trabajo y asciende dentro de la empresa», ha quedado obsoleto. Además, en este modelo la felicidad de los individuos no importa para nada. Por eso, mi mensaje de hoy es el siguiente: dejemos a los niños jugar. Permítanme explicarles por qué.
Nuestra sociedad ha cambiado enormemente en los últimos cincuenta años. El modelo económico se está transformando desde un paradigma productivo-industrial hacia un modelo de negocios basados en los servicios, la información y el conocimiento. Por lo tanto, es lógico pensar que las cualidades requeridas a los individuos en el futuro también cambien. Esto es, como mínimo, lo que dicen personas como Ken Robinson, experto en creatividad: en el futuro se necesitarán personas más creativas y empáticas. Todo esto puede que asuste mucho ya que ahora, aparte de formarnos, tendremos que ser buenos en otras cosas. Pero en realidad, ésta puede ser una buena noticia para los individuos: todos hemos nacido con una buena dosis de las cualidades que comenta Robinson.
Educación productiva: ignorando al individuo, perdiendo mucho talento
Los sistemas educativos originados en la revolución industrial han capitalizado la enseñanza hasta nuestros días. Su finalidad principal: preparar a las personas para incorporarse al sector productivo. Se caracterizan, por tanto, por varias cosas que, aunque nos parezcan obvias, puede que no lo sean tanto: separar a los niños por edades, según su facilidad para las matemáticas y la lengua, distinguir estrictamente entre «ciencias» y «letras» (dando mayor valor a las primeras) y muy importante: presionar a los jóvenes para que decidan, tan pronto como sea posible, hacia donde quieren encaminar su futuro profesional. Y es que el sistema educativo-industrial nació de la necesidad de preparar a trabajadores cualificados para que pudieran trabajar en las fábricas y realizaran trabajos mecánicos. El sistema también asumía, por tanto, la necesidad de una gran estandarización y daba gran valor a la repetición y memorización de datos. En otras palabras, lo que importaba (y aún importa) son los resultados, el potencial productivo del individuo. Las necesidades o potenciales «ocultos» de los estudiantes pasan en el sistema educativo-productivo a un segundo plano. Consecuencia: muchos niños se aburren en clase, se frustran, se sienten excluidos. Sin embargo, según algunos estudios, los talentos no curriculares (creatividad, intuición, flexibilidad, espontaneidad, empatía, competencias interculturales o capacidad organizativa) van a ser mucho más importantes en el futuro. Las razones: el mencionado cambio de modelo de negocios pero también de los modelos de carrera profesional (antes lineal y de larga duración – hoy cambiante y multitarea).
Los sistemas educativos surgidos de la revolución industrial someten a los niños a incesantes exámenes donde las matemáticas y la lengua predominan sobre las otras materias. Ilustración de Ignasi Cusí.
Muchas de las cosas que nos contaron nuestros padres ya no sirven. El modelo «estudia, consigue un trabajo y asciende dentro de la empresa», ha quedado obsoleto. Además, en este modelo la felicidad de los individuos no importa para nada. Por eso, mi mensaje de hoy es el siguiente: dejemos a los niños jugar. Permítanme explicarles por qué.
Nuestra sociedad ha cambiado enormemente en los últimos cincuenta años. El modelo económico se está transformando desde un paradigma productivo-industrial hacia un modelo de negocios basados en los servicios, la información y el conocimiento. Por lo tanto, es lógico pensar que las cualidades requeridas a los individuos en el futuro también cambien. Esto es, como mínimo, lo que dicen personas como Ken Robinson, experto en creatividad: en el futuro se necesitarán personas más creativas y empáticas. Todo esto puede que asuste mucho ya que ahora, aparte de formarnos, tendremos que ser buenos en otras cosas. Pero en realidad, ésta puede ser una buena noticia para los individuos: todos hemos nacido con una buena dosis de las cualidades que comenta Robinson.
Educación productiva: ignorando al individuo, perdiendo mucho talento
Los sistemas educativos originados en la revolución industrial han capitalizado la enseñanza hasta nuestros días. Su finalidad principal: preparar a las personas para incorporarse al sector productivo. Se caracterizan, por tanto, por varias cosas que, aunque nos parezcan obvias, puede que no lo sean tanto: separar a los niños por edades, según su facilidad para las matemáticas y la lengua, distinguir estrictamente entre «ciencias» y «letras» (dando mayor valor a las primeras) y muy importante: presionar a los jóvenes para que decidan, tan pronto como sea posible, hacia donde quieren encaminar su futuro profesional. Y es que el sistema educativo-industrial nació de la necesidad de preparar a trabajadores cualificados para que pudieran trabajar en las fábricas y realizaran trabajos mecánicos. El sistema también asumía, por tanto, la necesidad de una gran estandarización y daba gran valor a la repetición y memorización de datos. En otras palabras, lo que importaba (y aún importa) son los resultados, el potencial productivo del individuo. Las necesidades o potenciales «ocultos» de los estudiantes pasan en el sistema educativo-productivo a un segundo plano. Consecuencia: muchos niños se aburren en clase, se frustran, se sienten excluidos. Sin embargo, según algunos estudios, los talentos no curriculares (creatividad, intuición, flexibilidad, espontaneidad, empatía, competencias interculturales o capacidad organizativa) van a ser mucho más importantes en el futuro. Las razones: el mencionado cambio de modelo de negocios pero también de los modelos de carrera profesional (antes lineal y de larga duración – hoy cambiante y multitarea).
Científicos: intuición, pasión y curiosidad
Edward O. Wilson, catedrático de la Universidad de Harvard, profesor de Biología y ganador de dos premios Pulitzer, cuenta lo siguiente: «He conocido a un montón de estudiantes brillantes que no se atrevieron a adentrarse en la carrera científica por miedo a las matemáticas. Pero, al fin y al cabo, en la gran mayoría de disciplinas científicas, la pasión y la intuición son mucho más importantes que las matemáticas». En su libro Cartas a un joven científico, Wilson es aún más explícito: «Muchos de los científicos de éxito a nivel mundial son, desde el punto de vista matemático, poco más que semianalfabetos». Y da tal vez con la clave: primero, pasión, después, preparación. Y en algunos casos, según Wilson y coincidiendo con Robinson, la preparación se da de manera equivocada.
Pero Wilson no es el único que resalta la importancia de las cualidades «no curriculares» como prioritarias para un científico: Einstein reclamaba imaginación antes que conocimiento; Ramón y Cajal, la pasión y perseverancia. Marie Curie estaba convencida de que «en la mayoría de escuelas se dedica demasiado tiempo a la enseñanza de la lectura y la escritura y se mandan a los niños demasiados deberes, mientras que apenas se realizan ejercicios prácticos para completar su formación científica». Einstein explicaba también que el secreto de su éxito a la hora de desarrollar teorías tan complejas era el haber conservado algunas de las cualidades de su niñez.
Entonces, ¿cómo hay que educar a los niños?
El modelo productivo-industrial planteaba esto como respuesta a otra pregunta: ¿qué quieres ser de mayor (médico, mecánico, fontanero)? Por lo tanto, proponía el modelo «estudiar, trabajar, producir».
Es posible que el modelo educativo del futuro, dado que los modelos de carrera van a ser muy diferentes (no lineales, varios trabajos, multitareas), así como también las habilidades necesarias (creatividad, empatía, comunicación), trate de responder a otras preguntas: ¿qué cosas te gusta hacer, te hacen sentir bien (escribir, viajar, componer, analizar, ordenar)?
Todo esto puede sonar muy abstracto a la hora de pensar en un modelo educativo, así que permítanme poner un ejemplo de lo que trato de explicar: el otro día hablaba con el director de un museo científico. Su mayor preocupación era poder conseguir que el museo pudiera atraer, no solo a los adultos, sino tambien a los más pequeños. Al final llegó a la conclusión de que el mejor museo sería aquel que permitiera a los niños tocar y correr libremente, en definitiva, jugar.
Y es que viendo cada día a mi hijo de cuatro años jugar, inventar, comunicarse, asociarse con otros, buscar soluciones creativas, hacerse preguntas, me convenzo ahora de algo que mi madre me dijo hace ya muchos años: dejemos a los niños jugar. Qué idea más bella: puede que una de las claves de la educación del futuro esté en dar a los niños un poco más de aire, tiempo para que aprendan jugando siendo así más ellos mismos y, probablemente, más felices. Es posible que esto se consiga, como sostienen algunos, apostando por el e-learning o por clases asistenciales más prácticas y menos teóricas. Todo suena muy futurista pero los finlandeses (considerados modelo educativo de referencia con solo un 1% de abandono escolar) llevan desde los años setenta del siglo XX aplicando con éxito cosas como escolarización obligatoria a los 7 años (antes no se les exige leer ni escribir) y pausas después de cada clase (descansos para jugar).
En cualquier caso, ahora tengo que dejarles, la cama me llama. Mañana mi hijo de cuatro años se levantará, probablemente antes que yo, y vendrá a la cama preguntándome: papá, ¿quieres jugar conmigo?