El concepto de educación emocional surge a mediados de los 90, en los últimos años han proliferado las publicaciones en este tema aunque casi todas están destinadas a los entornos escolares, hay muy pocas que tomen como referencia a la familia, y aun menos la atención a la diversidad. Este libro aporta abundantes sugerencias para la educación emocional en general y en el entorno familiar en particular, con propuestas para los padres y madres , que pretenden ser una guía para su actuación no solo hacia sus hijos en el desempeño de su rol parental, si no en su propia regulación emocional. El texto se acompaña de más de cien referencias bibliográficas que dan rigor a este trabajo.
El importante papel de las emociones en nuestra vida es indiscutible por la trascendencia que tienen en el desarrollo positivo y el bienestar de las personas. Nuestras interacciones cotidianas constantemente nos exponen a un mundo de estímulos que influyen de forma directa sobre nuestra vivencia emocional. La comprensión que tengamos de las emociones personales y ajenas constituye el paso previo a la regulación emocional como habilidad primordial para el manejo de las emociones. En este dominio se desarrolla la inteligencia emocional como un conjunto de habilidades que nos permiten valorar, expresar y regular las emociones en uno mismo y en los demás. Aprender a gestionar adecuadamente nuestras experiencias emocionales no es fácil, necesitamos ser educados emocionalmente.
La educación emocional tiene como objetivo la adquisición de competencias emocionales, que Rafael Bisquerra define como “el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales”. En la consecución de estas capacidades se encuentra directamente implicado el modo en el que procesamos la información emocional, es decir nuestra capacidad para percibir, definir y expresar nuestros estados afectivos y los de los demás.
Cabe preguntarse a quién corresponde esta educación, todos sabemos que el potencial para educar no reside de forma exclusiva en el sistema educativo, si la escuela es uno de los agentes educativos más importantes, no lo es menos la familia. Como adultos responsables, los padres adquirimos el compromiso de formar a nuestros hijos para la vida, en este propósito el plano afectivo desempeña un papel preponderante en el que el padre y la madre se convierten en proveedores de las competencias necesarias para que su hijo se desenvuelva en la sociedad. De este modo el aprendizaje emocional forma una parte esencial de la educación que el niño adquiere en el entorno familiar.
Una conducta adaptada requiere el uso de habilidades emocionales para manejarse con soltura en el complejo mundo de interacción social, los conflictos relacionales surgen desde edades tempranas y los niños se enfrentan a un mundo afectivo complejo ante el que han de luchar en desventaja porque no tienen las armas necesarias para hacerle frente. Los niños y adolescentes con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) se enfrentan a una serie de dificultades en el plano afectivo y relacional derivadas de la sintomatología del trastorno que les convierte en una población especialmente vulnerable y sensible a los problemas en el ámbito emocional, necesitando una mayor dedicación en este sentido. Las repercusiones que trae consigo el TDAH determinan las características de la interacción de las personas que lo tienen, y como resultado de las manifestaciones adversas del trastorno, con frecuencia se cierra el paso a las oportunidades necesarias para desarrollar y ejercitar las habilidades emocionales a través de las relaciones sociales.
En el TDAH, al igual que otras condiciones de vida que puedan presentar hándicaps similares, las capacidades de autorregulación emocional están condicionadas no solo por las características intrínsecas del trastorno sino por la respuesta que el entorno da ante esas características, de manera que la disfuncionalidad se manifiesta e intensifica cuando el ambiente no ofrece la respuesta adecuada. En este sentido, se establece una relación bidireccional en la que el entorno indudablemente se verá influenciado por las respuestas del niño o adolescente, y el niño estará condicionado por las características del marco en el que se desenvuelve. El contexto en el que el niño vive, y las personas de su entorno, son cruciales para su desarrollo puesto que estos factores determinarán las oportunidades del niño para aprender y mejorar el entendimiento de las cosas, las ocasiones de juego durante la infancia y la niñez, la formación de relaciones y los vínculos emocionales. Puesto que el desarrollo en el ciclo vital implica una interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales, si el entorno familiar, escolar y social del niño con TDAH se compromete, preocupándose en comprender las características del trastorno y habilitándose para responder adecuadamente a sus necesidades estará en condiciones de compensar las posibles dificultades.
Los adultos responsables tienen el potencial de fomentar un entorno en el que los factores protectores prevalezcan sobre los factores de riesgo. Asumir la responsabilidad de guiar a nuestros hijos en este camino requiere que los padres estemos capacitados para actuar como instructores, y estar en las mejores condiciones para atender de un modo eficiente las necesidades del niño, pero no solo por el importante papel que desempeñamos como enseñantes sino que esta capacitación lleva implícita las herramientas necesarias que favorecerán nuestro crecimiento personal y nos dirigirá hacia una mejora de las relaciones en nuestro entorno familiar.
Por lo tanto, una cuestión fundamental a considerar es, si los padres estamos lo suficientemente preparados para proveer la educación emocional que nuestros hijos necesitan, la respuesta se genera sola si valoramos objetivamente en qué medida gestionamos nuestras propias emociones. La crianza de nuestros hijos desde la infancia a la adolescencia no es tarea fácil, cuando los niños y adolescentes, además, presentan necesidades especiales, deberán afrontar obstáculos tanto en el campo académico como en sus relaciones sociales con repercusión directa en el plano afectivo. Estás situaciones reclaman la implicación de la familia como apoyo fundamental, por lo que resulta lógico pensar que los padres deberán tener habilidades, también especiales, con las que estar en disposición de ofrecer una respuesta óptima a dichas necesidades.
La paternidad supone un reto de superación personal en el que tendremos que ofrecer a nuestros hijos las oportunidades adecuadas y al mismo tiempo lograr el máximo confort en el entorno familiar. Los padres constituyen la primera herramienta de apoyo para el niño y no siempre cuentan con las soluciones más acertadas. Es este sentido, desarrollar un amplio repertorio de técnicas o estrategias que enriquezcan nuestras habilidades personales, de manera que puedan guiar nuestra actuación, es conveniente y tiene mucho sentido puesto que no solo beneficiará a nuestros hijos sino que mejorará nuestra calidad de vida. Llevar a cabo las pautas para conseguir ejercer una parentalidad positiva requiere reflexionar sobre la influencia fundamental que tenemos en la vida de nuestros hijos y adquirir un compromiso de participación activa en este propósito.
Si un niño presenta dificultades para adaptarse con flexibilidad a la educación que recibe, lo frecuente es que los padres procuren realizar las intervenciones necesarias focalizando sus esfuerzos únicamente en la conducta de su hijo, este esfuerzo no dará su fruto si no se consideran previamente los ingredientes que deberán estar disponibles para abordar este objetivo de un modo adecuado. El principal componente para ayudar a los hijos son los padres; su compromiso, disponibilidad y actuación en las mejores condiciones es un requisito obligatorio y previo a cualquier consideración de mejora, por ello hacer una reflexión en primer lugar sobre cómo los padres están manejando sus propias emociones al educar a su hijo es un elemento indispensable para comenzar a actuar. De otro modo ¿cómo podríamos enseñar aquello que no dominamos?
Para ello los padres debemos estar convencidos y seguros del papel fundamental que desempeñamos en el bienestar del niño. No resulta sencillo convertirse en expertos en habilidades educativas aunque ésta sea una responsabilidad real e inherente a la paternidad que debemos asumir. Los padres de niños con necesidades educativas especiales se ven envueltos en circunstancias que les hacen más conscientes de esta necesidad, tener un hijo que requiere un esfuerzo atencional reclama de los padres el compromiso de prepararse para responder en las mejores condiciones. La familia es el principal sistema de referencia para el niño y el medio más adecuado e importante en el que puede afianzar su seguridad, por ello, los padres deben velar para que su hijo se sienta confortado cuando está en casa reforzando el sentimiento de pertenencia a una familia en la que puede apoyarse, convirtiendo el hogar en un refugio en el que el niño pueda fortalecerse para poder desenvolverse en el mundo con seguridad.
El elevado estrés cotidiano puede llevar a los padres a desarrollar patrones de disciplina ineficaces; demasiado permisivos o demasiado punitivos que lejos de ser favorables pueden ser un factor de riesgo en la evolución positiva del niño. Algunas situaciones de tensión en el hogar llevan a los padres y madres a expresar a sus hijos sus emociones de forma explosiva, imponiéndose en forma de gritos y falta de escucha, lo que puede generar modelos educativos inadecuados para el aprendizaje de la autorregulación emocional. Esto además, genera sentimientos contradictorios en los progenitores que por un lado desean apoyar y dar una respuesta eficiente a sus hijos, pero por otro se ven desbordados viendo frustrados sus esfuerzos para hacerlo. Si los padres adquieren habilidades de comunicación con las que expresar mejor sus emociones, y estrategias de resolución de problemas con las que manejar los conflictos a través de una postura más dialogante evitando las riñas, castigos e imposiciones para intentar regular el comportamiento de sus hijos, estarán en mejores condiciones para canalizar adecuadamente sus emociones sin enfurecerse ante las contrariedades. Una premisa indispensable antes de iniciar cualquier acción con la que pretendamos ayudar a nuestro hijo o hija es centrar nuestra atención y esfuerzos en los cambios necesarios en nuestra propia forma de actuar no solo en el plano conductual sino también en el afectivo; si conseguimos sentar las bases adecuadas en nuestro propio comportamiento entonces, y solo entonces, podremos contribuir de un modo eficiente a los cambios que deseamos y esperamos en nuestro hijo. De modo que para ayudar a nuestro hijo o hija será necesario no solo el entrenamiento en estrategias que nos permitan manejar su conducta adecuadamente, sino que también deberemos tener en cuenta si estamos convenientemente preparados en lo referente a la dimensión afectiva y emocional de la paternidad y si hemos aprendido y aplicado en nosotros mismos aquello que pretendemos enseñar a nuestros hijos. Fomentar una relación armoniosa basada en la confianza, en la que el niño desarrolle las capacidades apropiadas, sin que tenga que estar constantemente sometido a presión y castigo por no poder responder adecuadamente, resulta indudablemente un factor protector con el que la familia podrá hacer frente a las posibles adversidades que puedan surgir.
Consolidar las fortalezas de cada individuo que integra el conjunto familiar se hace necesario para potenciar un clima armónico en el hogar y para extrapolar estas capacidades a un entorno de interacción social más amplio, durante la crianza de los hijos corresponde a los padres capitanear esta dinámica. Priorizar la educación emocional se convierte en una necesidad, por la importancia esencial que tiene la vida emocional para el óptimo desarrollo intrapersonal e interpersonal de todas las personas, con y sin TDAH.
Los adultos que adquirimos el compromiso de educar debemos partir de una premisa crucial; los sentimientos de los niños y su expresión emocional deben ser entendidos antes que entrenados.
Autora: Mar Gallego Matellán, Psicóloga , contenidos extraído de su libro “Educación emocional con y sin TDAH” , Editorial EOS, Junio 2015.