Si hay un tema que a todos nos inquieta, y en el que intentamos pensar lo menos posible, sin duda es en la muerte. Sin embargo, por desgracia, la vida nos demuestra que es ineludible, y por ello antes de que nos pille por sorpresa, es importante haber tratado de este tema con nuestros hijos. El problema es que no sabemos ni cómo, ni cuándo deberíamos hacerlo.
En este sentido, la pedagoga Cristina Conde, recuerda que el tabú que existe en torno a la muerte en la sociedad occidental, cosa que no ocurre en otras culturas, no beneficia a los niños. “Lo conveniente es que los niños entiendan que la vida tiene un principio y un final, sin que esto resulte traumático”. Para ello lo ideal es no esperar a que la muerta aparezca en sus vidas, bien porque se haya muerto una mascota, o haya fallecido algún familiar, como quizás un abuelo, sino que será mucho más saludable abordarlo antes. “Hablar de la muerte con los niños es un tema que puede surgir en cualquier momento después de ver una película, o en los juegos que ellos mismos inventan”, aporta la pedagoga, que da algunas primeras claves como que “es importante dejar muy claro que no existe la posibilidad de que esa persona vuelva a estar con nosotros físicamente, es decir, que entiendan que no será posible volver a verle. Sin embargo, sí le mantendremos en nuestro recuerdo, hablaremos refiriéndonos al familiar con naturalidad y podremos tener fotos de esa persona”. Todo ello le ayudará además también en su crecimiento emocional, diferenciado emociones de enfado, de miedo o de tristeza y amor, como puede ocurrir durante una pérdida.
¿A qué edad se entiende el concepto de muerte?
Hablar de la muerte no es tan fácil como hablar de cualquier otro tema, para empezar, porque es un concepto más difícil tanto de entender, como de aceptar. Por ello, aunque convenga hablar con nuestros hijos cuando surja la ocasión de forma natural, o incluso ante una enfermedad que sepamos que puede acabar suponiendo la pérdida de una persona que nuestro hijo va a vivenciar, hay que tener en cuenta que el concepto de muerte no se entiende por igual en todas las edades.
Así, Cristina Conde señala que “entre los 5 y los 9 años los niños comienzan a entender que la muerte es algo permanente y para siempre, ya que antes de los 5 años, a pesar de las explicaciones, es habitual que fantaseen con la posibilidad de que ese familiar querido vuelva en algún momento”. Matizando más este hecho la psicóloga infantil del Centro PAI, Laura Aguilera aporta que el problema está en que antes de los 5 años no pueden entender la muerte como algo estable y duradero. “Dependerá de la madurez de cada niño, pero incluso a los 8 o 9 años les puede resultar duro el proceso de asimilación, al no entender por completo el significado de la muerte, pudiendo caer, debido a su curiosidad por este tema, a fantasías, miedos, etc.”
Es por ello que las reacciones ante la explicación del concepto de muerte, o ante la primera pérdida experimentada pueden ser diversas y debemos tenerlo en cuenta para saber reaccionar ante las mismas. “Pueden ir desde una reacción en la que un niño llora desolado porque no acaba de comprender qué significa que esa persona o esa mascota que tanto quiere ya no va a estar ahí. O bien, puede mostrar una ausencia de angustia, sin acabar de comprender la situación”, cita la psicóloga infantil.
Otro punto a tener en cuenta son las preguntas o dudas que pueden generar esta conversación para saber cómo debemos abordarlas. Así la Laura Aguilera responde que “las preguntas siempre suelen ir encaminadas a aspectos que denotan que el niño no entiende la temporalidad de la muerte, por lo que lo más habitual es que hagan preguntas acerca de ello”, teniendo que dejarles claro ese concepto con el mayor mimo posible, pero si caer en la fantasía.
¿Cómo se lo explico?
Si esas son las respuestas sobre los cuándo, quedan por responder las relacionadas con el cómo. Y es que, más allá de las creencias religiosas de cada uno, sí que hay algunas claves que deben tener en cuenta todas las familias.
En este punto la psicóloga infantil ve importante “no ocultarle información durante mucho tiempo, porque el niño percibirá que algo pasa”. Igualmente, “como hay que considerar que tienen dificultades en comprender las nociones de la muerte y no necesitan muchos detalles al respecto, lo más adecuado será comunicarles de forma sencilla y concisa la noticia”. En la explicación el niño debe percibir siempre la cercanía por parte de los padres, sentir que están a su lado durante ese trance. Además, “la situación debe normalizarse dentro de lo posible para que el niño pueda sentirse más cómodo y si tiene dudas o preguntas pueda expresarlas sin temor”, opina Aguilera.
Cristina Conde, desde su perspectiva de pedagoga, también apunta a este respecto que “los niños observan mucho a sus referentes (madre, padre, hermanos, abuelos, tíos…), es decir, que aprenden a expresar del mismo modo que ven que los adultos de su entorno exteriorizar sus emociones y sentimientos. Esto hace que en cada familia se creen una patrones de conducta similares”.
La muerte como parte de la Educación
Otro de los aspectos que señala Conde es que desde los centros de Educación Infantil se comienza a trabajar la diferencia entre las diferentes emociones y también los sentimientos, estos últimos son más duraderos que las emociones. Todo ello clave para avanzar en este concepto.
Desde el departamento de Orientación de los Centros Gredos San Diego explican que “lo cierto es que ser educador te implica, quieras o no, en la vida de tus alumnos. Y esa vida se mueve en los parámetros corrientes de cualquier persona: momentos alegres, momentos tristes, exaltación de las emociones más agradables y, cómo no, situacionesdmuy dolorosas o desgarradoras”. Es por ello que cuando un niño se ve afectado por una pérdida, este sentimiento se traslada también al ambiente del centro educativo.
Por ello es común que estos temas surjan también entre las charlas entre profesores o las tutorías con los padres. “No es poco habitual que alguno de nuestros niños llegue triste porque su mascota murió, dándose cuenta de que ya no está. Compartir la experiencia y recibir el cariño y la comprensión de los educadores ayuda al propio niño y a los alumnos del resto del aula en la asimilación y paulatina comprensión de algo tan duro”. Por todo ello este proceso facilita el afrontamiento de posibles momentos futuros más duros, cuando existe algún fallecimiento familiar cercano. “Generar un ambiente de confianza con los niños es el aspecto clave en todos los procesos educativos y de acompañamiento vital”, concluyen desde Gredos San Diego.