El dolor de la pérdida es una energía que no puede ser controlada o predicha. Viene y se va a su propio ritmo. El dolor no obedece a tus planes o tus deseos. El dolor de la pérdida va a hacer contigo lo que desee, cuando lo desee. En este sentido, el dolor de la pérdida tiene mucho en común con el amor.
Este fin de semana estuve en las XIV Jornadas de la Muerte y el Morir, en Elche. Además de compartir algunas ideas sobre la compasión en ese contexto, tuve el privilegio de escuchar y aprender de colegas muy sabios como Enric Benito, Mar Cortina, Sara Pons y Vicente Arráez que hablaron sobre la muerte, sobre acompañar a personas en el proceso de morir, sobre el temor a la pérdida y, sobre todo, pude escuchar muchos matices de un tema implícito y omnipresente, el amor. Al llegar de vuelta a Madrid fui a ver “Bohemian Rhapsody” (gracias Cuca por la invitación), sin muchas expectativas la verdad, sin embargo salí de la sala bastante emocionado y conectado con la belleza e intensidad de esta preciosa (y frágil) vida humana de espacio y oportunidad. También salí con un gran asombro por nuestra capacidad de amar, una capacidad proporcional a nuestra capacidad de sentir el dolor de la pérdida. El dolor de la pérdida parece ser el precio que pagamos los humanos por el privilegio de amar.
Probablemente estas experiencias de los últimos días me han llevado a revisitar una entrada del precioso newsletter Brain Pickings sobre el tema del dolor de la pérdida. En esta entrada, Maria Popova, con su lucidez habitual, comparte algunas reflexiones de la escritora Elizabeth Gilbert en torno a la experiencia de haber perdido al amor de su vida, Rayya Elias, en manos del cáncer.
Hay algo profunda y extrañamente aliviador en la confianza de que el dolor de la pérdida y lo que hace a nuestro cuerpo, mente y corazón tiene su propio ritmo y sabiduría. Probablemente, frente a ese dolor, lo más sabio que podamos hacer es entregarnos a las turbulentas aguas que nos atraviesan cuando perdemos algo o a alguien, confiando en que el proceso tiene una inteligencia inherente que trasciende nuestra comprensión intelectual. Intuyo también que muchos problemas que surgen en torno al duelo tienen que ver con el intento consciente o inconsciente de suprimir, reprimir, controlar o evitar este proceso o de tratar de encajarlo racionalmente en marcos psicológicos o prescripciones técnicas para “afrontarlo”. Al fin y al cabo, lo fundamental no es susceptible de ser manualizado. Sin embargo, podemos aprender el sutil arte de acompañarnos, de estar presentes con el corazón abierto para navegar estos procesos sensibles y a menudo catárticos y transformadores de nuestra vida humana.
Elizabeth Gilbert habla sobre el amor, la pérdida y sobre cómo atravesar el duelo al mismo tiempo que el duelo te atraviesa
por María Popova. Traduducción: Gonzalo Brito. (ver entrada original)
“Todas tus tristezas serán desaprovechadas si aun no has aprendido cómo estar hecho trizas”, escribió Séneca a su madre en su extraordinaria carta sobre la resiliencia frente a la pérdida. Uno necesita no ser un árido materialista para inclinarse frente al reconocimiento de que ningún corazón atraviesa la vida sin ser agraviado por la pérdida… todo amor presupone una pérdida, ya sea por la muerte o por el quiebre de una relación. Ya sea que se pierdan sentimientos o átomos, el dolor llega, inevitable e impredecible en una miríada de formas. Joan Didion observó este desconcertante hecho en su clásica memoria sobre una pérdida: “El dolor de la pérdida, cuando viene, no es nada parecido a lo que esperamos”. Y cuando viene, desarma el tejido de nuestro ser. Cuando se pierde el amor, perdemos aquella parte de nosotros que hizo ese amor, una parte que, dependiendo de la magnitud del amor, puede acercarse a la totalidad de lo que somos. Perdemos lo que el artista Anne Truitt llamó poéticamente “la amorosa y completa confianza que solo emerge de un incontable número de íntimas confidencias ofrecidas y examinadas mutuamente… tejidas a cuatro manos, a veces temblando, a veces enfrentando desafíos, por arriba y por abajo, creando un patrón que puede sorprender a ambas personas”.
Pero también ganamos algo. Desde las brasas ardientes de la pérdida emergen las cenizas de la humildad, fiel a la raíz latina de la palabra humus. Estamos hechos “de tierra”, nos inclinamos, nos volvemos corteza terrestre y cada respiración parece beber del magma del centro de la tierra que es nuestro ser. Es solo cuando logramos entregarnos completamente cuando podemos comenzar a reapropiarnos de nosotros mismos, comenzar a emerger, volver a vivir.
Cómo movernos a través de esta experiencia de la cual a duras penas sobrevivimos es sobre lo que la autora Elizabeth Gilbert examina con una claridad mental y una ternura de corazón poco común en su conversación con el curador de charlas TED Chris Anderson en el episodio inaugural del podcast Ted Interviews.
Gilbert reflexiona sobre la muerte de su pareja, Rayya Elias, con quien había sostenido una profunda amistad y cuyo diagnóstico de cáncer terminal, en palabras de Gilbert, destrabó una escotilla hacia la toma de conciencia de que Rayya era el amor de su vida:
El dolor de la pérdida…. es algo que te ocurre, es más grade que tú. Existe una humildad en la que uno necesita adentrarse, en la cual te rindes para dejarte ser movido a través del paisaje del duelo. Y tiene su propia temporalidad, tiene su propio itinerario personal para ti, tiene su propio poder sobre ti y va a venir cuando venga. Y cuando viene es una inclinación, una excavación. Viene cuando quiere y te talla, viene en medio de la noche, viene al medio día, aparece en medio de una reunión, viene en medio de una comida. Llega, es una llegada tremendamente poderosa que no puede ser resistida sin generar más sufrimiento…. La postura que tomas es la de aterrizar con tus rodillas en el suelo con absoluta humildad y dejas que te sacuda hasta que acabe. Eventualmente acaba. Y cuando acaba, se va. Pero endurecerse, resistir, luchar en su contra es herirte a ti mismo.
Con la mirada puesta en la íntima conexión biológica entre el cuerpo y la mente, el semillero de los sentimientos, Gilbert añade:
Existe este tremendo desafío psicológico y espiritual de relajarte en su imponente poder hasta que haya pasado por ti. El dolor de la pérdida es una experiencia de cuerpo entero. Toma completamente tu cuerpo, no es una enfermedad de la mente. Es algo que te impacta a nivel físico…. Siento que tiene una tremenda conexión con el amor: primero que nada, tal como dicen, es el precio que se paga por el amor. Pero, en segundo lugar, en los momentos de mi vida cuando me he enamorado, he tenido tan poco poder frente a la experiencia como cuando enfrento el dolor de una pérdida. Hay algunas cosas que te suceden como ser humano que no puedes controlar o dirigir, que van a venir en momentos realmente poco convenientes, y en los cuales tienes que inclinarte en la humildad humana frente al hecho de que hay algo atravesándote que es más grande que tú.
Gilbert continúa leyendo una reflexión breve y sorprendente sobre el amor y la pérdida que publicó originalmente en Instagram:
La gente me sigue preguntando cómo estoy, y no sé muy bien como contestar eso. Depende del día. Depende del minuto. en este momento, estoy OK. Ayer, no muy bien. Mañana, ya veremos.
Sin embargo, esto es lo que he aprendido del dolor.
He aprendido que el Dolor de la Pérdida es una energía que no puede ser controlada o predicha. Viene y se va a su propio ritmo. El dolor no obedece a tus planes o tus deseos. El dolor de la pérdida va a hacerte lo que desee, cuando lo desee. En este sentido, el dolor de la pérdida tiene mucho en común con el Amor.
Entonces, la única manera en la que puedo “gestionar” el Dolor es la misma en la que puedo “gestionar” el Amor: no “gestionándolo”, sino que inclinándome frente a su poder con completa humildad.
Cuando me visita el dolor, es como ser visitado por un tsunami. Recibo el aviso solo con el tiempo suficiente como para decir “Dios mío, esto está sucediendo AHORA MISMO”, y luego caigo de rodillas y dejo que me sacuda. ¿Cómo sobrevivir un tsunami de dolor? Estando dispuesto a experimentarlo, sin resistencia.
La conversación con el Dolor es, por lo tanto, una de rezo y respuesta.
El dolor me dice: “Nunca vas a amar a alguien como amaste a Rayya”. Y yo respondo: “Estoy dispusta a que esto sea cierto”. El dolor dice: “Se ha ido, y no va a volver más”. Yo respondo: “Estoy dispusta a que esto sea cierto”. El dolor dice: “Nunca volverás a escuchar esa risa”. Yo digo: “Estoy dispusta”. El dolor dice: “Nunca volverás a oler esa piel”. Desciendo al suelo sobre mis rodillas, y a través de mis capas de lágrimas, digo “ESTOY DISPUESTA”. Este es el trabajo de estar vivo: estar dispuesto a inclinarte ante CUALQUIER COSA que sea más grande que tú. Y casi cualquier cosa es más grande que tú.
No sé dónde está Rayya ahora. No me corresponde saberlo. Solo sé que voy a amarla siempre. Y estoy dispuesta.
En la entrevista, Gilbert añade:
Es un honor pasar por este duelo. Es un honor sentir tanto, haber amado tanto.