Así contribuyes (sin darte cuenta) a que tu hijo ‘se porte mal’


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«Hoy te has portado fatal». «Haz el favor de portarte bien». «Espero que mañana te portes mejor». ¿Cuántas veces al día pueden escuchar los niños menores de 6 años estas frases u otras similares? Los padres etiquetamos constantemente su comportamiento, lo clasificamos en bueno y malo pero… ¿de verdad comprendemos qué es eso a lo que llamamos portarse mal? En muchos casos, lo cierto es que no. El modelo de Disciplina Positiva muestra que estas conductas no son más que la punta de un iceberg. La parte sumergida de la gran roca de hielo es lo realmente importante a largo plazo: la creencia errónea que provoca ese comportamiento en el niño.

«La mayor parte del tiempo los niños pequeños no se portan mal, sino únicamente como corresponde a su edad. Muchos padres y profesores no tienen suficientes conocimientos sobre conducta humana y desarrollo infantil. Por ese motivo tratan conductas apropiadas para la edad como malas conductas», explica Jane Nelsen. Así es como, sin darnos cuenta, mamás y papás podemos contribuir a que los niños perpetúen comportamientos disruptivos. Es fundamental ser conscientes de nuestra propia conducta y nuestra manera de hablarles; y por supuesto, aprender a observar y ponernos en la piel del niño para encontrar la creencia detrás del ‘mal comportamiento’.

Ten presente que no hay nada que un niño desee con más anhelo que ser tenido en cuenta y sentirse importante. Cuando no lo logra tiende a actuar en base a creencias erróneas, principalmente cuatro según Rudolf Dreikurs. Cuatro formas equivocadas de intentar ser tenido en cuenta e importante. Si no te das cuenta de lo que le ocurre a tu hijo cuando se porta mal, puedes llegar a alimentar esas creencias erróneas y los comportamientos resultantes.

1. La meta equivocada de la atención excesiva

El niño cree -erróneamente- que sólo es importante cuando el adulto referente percibe su presencia, cuando se mantiene ocupado prestándole toda su atención. Por tanto, hace constantemente esfuerzos para captarla. Los padres podemos alentar esta creencia sin pretenderlo, llegando a convertir una conducta normal en otra regida por ese objetivo equivocado. Suele ocurrir cuando existe el convencimiento de que «los niños se traumatizan si no reciben atención permanente». También corren este peligro los padres que sienten culpa cada vez que el niño no es feliz. Exagerar gestos de aprobación ante cualquier logro del niño y tener tendencia a hacer por él cosas que puede hacer por sí mismo son otras señales que indican que podríamos estar favoreciendo la creencia incorrecta.

2. La meta equivocada del poder mal aconsejado

En este objetivo hablamos de un niño que piensa -erróneamente- que sólo cuenta cuando tiene el control o «es el jefe». O lo que es lo mismo, cuando está convencido de que puede conseguir que nadie le empuje a hacer algo que no le apetece. Algunos padres no tienen claro en qué momentos y situaciones deben permitir que los niños den rienda suelta a su autonomía; o cuándo conviene cederles espacios de decisión y poder. Otros, directamente, prefieren dejar que hagan lo que quieran en lugar de soportar rabietas y berrinches. Con frecuencia, estas actitudes por parte del adulto sirven para promover una creencia equivocada en el niño.

3. La meta equivocada de la venganza

En ocasiones, los niños creen que no son importantes en su hogar. Y pueden acabar lastimando a otros porque se sienten heridos, porque no se sienten aceptados ni pueden tomar decisiones. Están seguros de que no son apreciados, así que tratan de herir a los demás tal como se les ha lastimado a ellos. Pero cuando son más pequeños, a veces recurren a golpear a otros niños al no tener recursos para expresar verbalmente emociones como la ira o la frustración. En este último supuesto, los padres podemos alentar una creencia equivocada al no ser capaces de comprender que es algo natural en su desarrollo, o al preocuparnos más por lo que piensen otros (por ejemplo, los padres del niño agredido) que por entender a ese peque que ha pegado a otro niño.

«Podemos supervisar, distraer, redirigir… pero no tiene sentido castigarles o regañarles. No quiere decir que se lo permitamos, se trata de encontrar ese equilibrio entre amabilidad y firmeza. Ser violento con otros niños no es una opción, pero no debemos castigarles por algo que forma parte de su desarrollo. Podemos provocar en ellos un resentimiento que conduzca a esa meta equivocada de venganza», explica Bei M. Muñoz en el curso «Disciplina Positiva».

4. La meta equivocada de la ineptitud asumida

Hablamos aquí de niños que han tirado la toalla, que piensan que no pueden ser importantes. Se portan mal para convencer a los demás de que no esperen nada de ellos, porque se sienten inútiles e incapaces. No creen que merezca la pena intentar, porque no conseguirán hacer nada bien. Un padre convencido de que es su misión hacer cosas por su hijo, o una madre que pretende que sus hijos vivan en función de sus expectativas, podrían estar fomentando (sin darse cuenta) una conducta disruptiva derivada de esa creencia errónea.

La Disciplina Positiva nos propone cambiar nuestra forma de relacionarnos con niños y jóvenes, con el objetivo de comprender sus auténticas necesidades y comunicarnos eficazmente con ellos. Las estrategias y herramientas de este modelo, creado por Jane Nelsen y Lynn Lott, apuestan por actuar desde el equilibrio entre amabilidad y firmeza. Con los cursos «Disciplina Positiva» y «Disciplina Positiva de 8 a 16 años» aprenderás a aplicarlo en tu hogar o tu aula, guiada por profesionales expertas como Bei M. Muñoz, Bibiana Infante y Violeta Alcocer.

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