Seguir una clase, asistir a una conferencia, visionar un documental o exponer un trabajo son situaciones comunes que se producen a diario en las aulas de la Universidad de La Laguna (ULL). Sin embargo, lo que para la mayor parte de los alumnos no tiene la menor complicación, puede convertirse en una odisea para personas como Juan Molina o Estefanía Pérez, dos de los tres estudiantes sordos que cursan sus estudios en la institución académica lagunera. Para ellos, el día a día no se explica sin la necesaria ayuda de los intérpretes de signos, que les asisten cada jornada durante todo el curso.
Estudiar en la universidad, no obstante, es una carrera de obstáculos para Estefanía y Juan, un maratón que se inicia desde que formalizan la matrícula. De 38 años y natural de Tegueste, Juan Molina estudia 3º del Grado de Lengua y Literatura. A pesar de que puede hablar y usa un audífono, es sordo profundo desde que a los pocos meses una vacuna lo dejase sin audición. Ello, no obstante, no le ha impedido trabajar como mecánico durante más de 10 años y cumplir uno de sus sueños, matricularse en la facultad. Como sus compañeros, cada mes de julio realiza su inscripción para el curso, donde incluye la necesidad de contar con un intérprete. Este depende de una bolsa de empleo que se sufraga a través de las ayudas asistenciales que convoca la ULL, ayudas que siguen un complejo procedimiento administrativo que hace que los intérpretes lleguen a estar meses sin cobrar. La universidad, además, es la que impone a los alumnos sordos los intérpretes, que deben darse de alta como autónomos y están obligados a permanecer siempre junto al estudiante durante todo el horario lectivo. “Los intérpretes tienen dos días para aceptar o renunciar, y mientras eso ocurre yo no puedo asistir a clase, o bien me tengo que costear mi propio intérprete”, expone Juan, quien asegura que al principio de curso afecta especialmente, porque es cuando los profesores exponen los programas de las asignaturas.
Los problemas, en cualquier caso, no se quedan ahí, porque no todos los intérpretes están capacitados para asistir a un estudiante universitario, entre otras cosas porque la práctica es fundamental en este tipo de asistencia. “Puede tocarte un intérprete que lleva sin practicar un tiempo, o que no tiene el nivel que tú necesitas. Entonces, yo tengo que hacer un doble esfuerzo por entenderlo, y me cuesta más trabajo sacar adelante las clases”, relata Juan, que deja claro que la “precariedad laboral” que padecen los intérpretes también le afecta a él. “Si no vienen motivados o están pensando en que no van a cobrar, no me ayudan igual que si están centrados en su trabajo”, agrega.
Dos de las tres intérpretes de signos que asistían a estudiantes sordos en la Universidad de La Laguna renunciaron a seguir desarrollando esta labor esta misma semana, ya que acumulan casi tres meses sin cobrar. Obligadas a hacerse autónomas, estas tres profesionales de la interpretación perciben su salario a partir de unas ayudas asistenciales que convoca la institución académica, cuyo trámite administrativo impide que los pagos se puedan realizar de forma mensual.