En la mayoría de ocasiones gritamos porque ya no sabemos qué más hacer, hemos perdido los nervios, o estamos cansados, estresados o desesperados.
Cuando les gritamos frecuentemente, se convierte en una comunicación violenta y agresiva, y forma parte del maltrato psicológico. Además, puede tener repercusiones importantes en el crecimiento de ese niño, en su estado emocional en el momento y también en el futuro, en el resto de su vida.