Cerca para cuidarlos, lejos para no asfixiarlos, es el axioma clave en la gestión de la crianza. Preocupación por la generación NI NI. Consejos de un psicólogo especialista en familias.
Hace meses una noticia llamó mi atención. En todos los portales informativos contaban que Michael Rotondo, de 30 años, era llevado a juicio por sus padres en la ciudad de Nueva York para que el juez definiera lo que ellos no habían podido: la independencia de su hijo del hogar de los padres.
Michael, quien no trabaja ni estudia, es un ejemplo bizarramente risueño de la Generación Ni Ni (jóvenes sin proyecto que NI estudian NI trabajan).
Sus padres -quienes supongo se acordaron tarde de ayudarlo a ser autónomo– comenzaron un proceso tardío en el que dejaron de servirle comida, dieron de baja su teléfono celular, y por último le prohibieron lavar la ropa en las máquinas de la casa. Su hijo seguía encadenado, simbólicamente, al hogar de origen, redoblando la apuesta para permanecer allí y así “defender sus derechos”.
Fue el juez quien determinó que Michael tendría pocos días para abandonar la casa. Estaba nominado, como en el reality Gran Hermano, a procurarse su propio destino. En un fallo inédito, pero marca de estos tiempos, la justicia toma las riendas que los padres no pudieron manejar durante la crianza de este hijo.
Puede ser que Michael emprenda el camino hacia ser finalmente adulto o quizás piense toda la vida que el destino -injusto y triste- le jugó una mala pasada.
Los límites son expresión de cuidado y de amor.
Bastante tienen los tribunales del mundo como para tener que dirimir lo que los padres dejan vacante. No es sencillo criar a los hijos, por el contrario, es una tarea maravillosamente compleja.
Y la complejidad de la crianza radica en las estrategias que los padres implementamos para acompañar a nuestros hijos en el camino del crecer, de eso se trata. Desde el momento en que están en la cuna, debemos poner límites a la hora de decidir alzarlos para contener el llanto, o simplemente acompañar desde la cercanía, la calidez y la contención primaria, y quedarnos junto a ellos haciéndoles saber que estamos allí.
Cerca para cuidarlos, lejos para no asfixiarlos, es el axioma clave en la gestión de la crianza de nuestros hijos. Si entendemos esto, todo es más sencillo. Debemos estar lo suficientemente próximos a ellos para que tengan nuestra presencia como referencia y al mismo tiempo dejarles margen para hacer su propia experiencia y equivocarse las veces que sea necesario.
En las ultimas décadas el error de los hijos está cada vez menos permitido, porque son los adultos los que intentan taponar y anticiparse con la idea errónea de que los hijos ya tendrán tiempo de sufrir.
La importancia de la orientación a padres desde el rol de los terapeutas, profesionales de salud en general y también docentes es ayudarlos a gestionar el control y los lineamientos claros desde una posición amorosamente firme en la gestión de la crianza de los hijos. Las normas y leyes dentro del funcionamiento familiar deben estar como esqueleto de lo cotidiano.
Fortalecer la comunicación es clave.
Profesionales de la salud y docentes también recepcionamos la demanda de los padres en la que de una u otra forma piden (como los padres de Rotondo), que ocupemos el lugar vacío que amorosamente ellos no pueden gestionar. Lejos de hacernos cargo de esta demanda debemos re-direccionar el control de la situación para que quede donde debe estar: en manos de los padres.
El exceso de confort, la falta de límites y el escaso caudal de comunicación son males de nuestra época, y no es con suplencias de adultos externos que se irá a solucionar el problema.
Los padres deben ser, ni más ni menos que eso, padres, referencia clara para los hijos, señal en el camino del crecer.
Crecer, soltar, que sufran
Los miedos de los padres
“Irme a dormir agarrando el celular en mis manos como si fuera un rosario, mirar a cada momento la pantalla; última hora de conexión, si el mensaje que le mando entra, doble tilde azul. Ahí respiro, si lo lee, me quedo más tranquila. Si no me contesta, empiezo a ponerme ansiosa. Si se queda sin batería o pierde señal, me desespero, pienso lo peor y me siento morir. La verdad es que me cuesta un montón acostumbrarme a que mi hijo ande solo en la noche. ¿Pero tiene que crecer, no?”
Confesiones de una madre primeriza, cuando su hijo varón de 17 años da sus primeros pasos fuera de casa. Sin riesgos, porque sabe cómo cuidarse, ella y su marido le brindaron las herramientas necesarias. El peligro convive en la cabeza de su madre, quien teme y sufre. Quizás una de las preguntas más actuales en estos tiempos sea: ¿Por qué es tan difícil soltar a los hijos, por qué cuesta tanto dejarlos salir del nido y el confort que les armamos para que permanezcan ahí?
Los padres dicen tener:
✔️Miedo a que los lastimen.
✔️Miedo a que no sepan cómo manejarse.
✔️Terror de que alguien los haga sufrir.
Schujman desaconseja el año sabático después del secundario.
Sin dudas no sabrán qué hacer frente a montón de situaciones y deberán ejercer la capacidad de decisión. Por supuesto que los harán sufrir como a todos los que pasamos por este mundo. Sufrirán por amor, alguien los decepcionará, alguien les mentirá alguna vez. Tendrán que crecer, correr riesgos, equivocarse, hacerse chichones cuando son pequeños para no tener fracturas expuestas de grandes.
Los sobreprotegemos en cuestiones en las que debiéramos soltar, y los soltamos en otras en las que deberíamos estar especialmente atentos. Hablo aquí de la adolescencia, la relación de los chicos con el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, y de la erotización precoz.
Preocupante y peligroso: los chicos atraviesan a toda velocidad etapas que deberían vivir de manera más calma (por ejemplo, en relación a la sexualidad), y se estancan en situaciones vitales para el despegue del núcleo familiar (vocación, trabajo y construcción de un mundo afectivo sólido).
Nuestros hijos no crecerán sin miedo, y cuanto más difícil sea el despegue, correrán más riesgos de una exogamia (salida hacia el mundo exterior) compleja.
Si los límites, que son cuidado y amor, están bien implementados en los primeros años de vida, ellos tendrán más chances de enfrentar las dificultades que se presenten mientras crezcan. Una posición temerosa de los padres solo hará que cuando salgan finalmente del cascarón no tengan las herramientas para hacerlo, lo cual significará un salto al vacío. El triángulo esencial para la caja de herramientas deberá ser: umbral de frustración, sentido de la responsabilidad, capacidad de decisión.
Fracasar, decepcionar a los padres
Los miedos de los hijos
La posición de los adultos es central en la educación de los hijos. Cuando van creciendo nos miran de reojo fingiendo una indiferencia propia de su incipiente condición de pequeños adultos, pero para ellos somos su referencia ineludible, y debemos hacernos cargo de este peso. Tenemos que poder tomar las señales que nos muestran permanentemente, y al mismo tiempo, formular las preguntas que ellos necesitan escuchar, es decir, interrogantes que los habiliten a las palabras que necesitan decir.
En una charla en una provincia de mi país a la que asistieron alrededor de 500 jóvenes que cursaban su último año del colegio secundario, formulé una pregunta sencilla y contundente: “¿Quién tiene miedo de lo que ocurrirá el año próximo después de la finalización del colegio?” Algunas manos levantadas, a medias podríamos decir, luego miradas entre ellos, el resto de los brazos empiezan a levantarse. Reitero la pregunta, y como respuestas recibo un sonido macizo, unísono, seguro y reforzado: “YO TENGO MIEDO”.
¿Y cómo no tenerlo? Si durante 17 años vivieron bajo el amparo de adultos que los cuidaban desde el comienzo del jardín de infantes hasta que “de golpe” deben comenzar a ser grandes. Pudieron identificar rápidamente el miedo. Este “darse cuenta” es la condición esencial para que lo Ni Ni no se enquiste.
No será sin miedo que crezcan, no será sin miedo a que los dejemos crecer, pero si este miedo se enmascara bajo diferentes camuflajes, será muy difícil transitar el camino hacia ser grandes.
Los chicos dicen tener miedo:
✔️A fracasar
✔️A decepcionar a los padres
✔️A no tener éxito
✔️A no poder sostener la economía familiar
Decepcionar a los padres es uno de los miedos de los chicos.
Entonces, con nuestra mirada de adultos, ¿qué les estamos transmitiendo para que el fracaso, la decepción y la falta de éxito ocupen los tres primeros lugares del ranking?
Los padres, en consulta y en el marco de charlas me hacen partícipe de sus sensaciones y vivencias casi trágicas ligadas al despegue de los hijos. Los temores frente a los peligros del afuera se incrementan por la inseguridad objetiva y como efecto directo de la aparente falta de recursos de los chicos.
Cuando los hijos terminan el colegio secundario es el momento de respirar hondo (ellos, nosotros) y acompañarlos con la convicción de que deben crecer, hagan lo que hagan, decidan lo que decidan pero crecer es la tarea.
Sugiero a los padres evitar habilitarle a los egresados el año sabático posterior a la finalización del colegio secundario para así postergar la toma de decisiones respecto al futuro tan temido. El argumento muchas veces es: “Si podemos sostenerlo hasta que esté realmente decidido/a para encarar su futuro, ¿Por qué tener prisa?”.
Después de 17 años de ritmo escolar los chicos no suelen poder manejar responsablemente un pasaje al dolce far niente. Revisemos entonces nuestra posición como padres, miremos puertas adentro de las casas.
Que los jueces deben estar para otras cosas, que las leyes que construyen personalidades sólidas son la de los padres, no la de los legistas, ahí ya será tarde. Seamos para ellos, nuestros hijos, como la torre de control de los aeropuertos. Carretean, despegan y allá van .
Y aquí estaremos, listos para cuando nos necesiten, que se trata de eso, de que vuelen, tratando de ser felices, ni más, ni menos.
*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.