Ya ha comenzado el nuevo curso escolar y los más pequeños tienen que adaptarse a nuevos profesores, nuevos horarios, rutinas y eso les afecta en el comportamiento. En este artículo encontrarás algunas pautas para ayudarte a equilibrar las emociones. Pautas que vienen bien en cualquier época del año.
Los niños son eso, niños… Sus conductas, muchas veces, aunque no lo creamos, son un proceso natural de desarrrollo, pero nosotros nos empeñamos en verlas como algo negativo. Eso es lo primero que tendríamos que evaluar ¿Realmente el niño se está portando mal? ¿O está haciendo lo normal que haría cualquier niño?
Queremos que se comporten como adultos, y no lo son. Son niños.
Te pongo un ejemplo: Un bebé de 9 meses recorre toda la casa gateando; abre y cierra cajones, saca, mete, tira, desordena… Para los padres, ese niño se «está portando mal», pero simplemente está descubriendo, está aprendiendo como se abre un cajón, está descubriendo lo que pasa si saca todos los objetos del mismo… Para el niño es un auténtico aprendizaje, un descubrimiento.
La solución no es regañarle, primero, porque no es capaz de distinguir el bien del mal. La solución sería adaptar la casa, y que el niño pueda moverse en un ambiente seguro en el que explorar, y aprender en la medida de lo posible, y en todo caso, darle las herramientas que le permitan explorar y desarrollar ese interés de sacar cosas.
Esto es sólo un ejemplo aplicado a un bebé, pero si hablamos de niños más mayores nos deberíamos plantear el origen de sus «malas conductas», antes de actuar. Deberíamos hacer un examen interno y buscar primero nuestro equilibrio interior, tratar de transmitir lo mejor de nosotros en las relaciones que el niño observa, y nuestra relación padre-madre-hijo.
Una casa en la que, desde que suenan los despertadores, hay gritos, riñas, amenazas, castigos, y algún azote que otro, al final entra en una espiral de desasosiego, de estres, nerviosismo, malestar interior, no sólo en los hijos, si no, también en los padres, e incluso, en su propia relación de pareja.
Los castigos, gritos, riñas y amenazas a menudo son usadas como un instinto primario, algo que nos sale de dentro, nosotros mismos no nos podemos controlar y acabamos gritando, riñendo…
¿Cuál es el efecto de un castigo, grito, riña, o amenaza?
Puede que, en ese momento, corrija la conducta del niño. Tiene un efecto a corto plazo, por eso pensamos, a veces, que es la mejor herramienta, para que el niño adquiera disciplina. Pero a largo plazo, el castigo, los gritos, y amenazas generan una actitud de cierto rechazo, miedo, y adversión hacia quien lo impone, además, el niño actúa bajo el temor, pero no se le hace entender por qué está mal su comportamiento, con lo cuál probablemente lo volverá a repetir cuando la persona que castiga o grita no está delante. Los castigos, los gritos… nos alejan de los niños, debilitan nuestro vínculo de unión, empeoran la comunicación, y pueden, incluso, producir un efecto rebote. Algo que te prohiben sin una consecuencia lógica, puede parecer incluso más apetecible a la larga. Lo prohibido siempre llama la atención, sobre todo si no entiendes por qué está prohibido.
CLAVES PARA EVITAR LOS CASTIGOS, GRITOS, Y AMENAZAS
Te dejo algunas claves que nos pueden ayudar a evitar los castigos, riñas, gritos y amenazas.
1- Hay tres preguntas claves que creo que te pueden ayudar mucho cuando un niño se está portando mal.
Seguramente encuentres la clave en una de estas preguntas. Muchas veces el origen del «mal comportamiento» del niño, está en nosotros, que llevamos una hora con el móvil y no nos hemos parado a pensar que el niño quiere leer un cuento con mamá, o que puede tener sed, o ganas de correr y canalizar su energía. Observar y tener conexión con el niño es clave.
1-¿Todas sus necesidades están satisfechas?
2-¿Le estoy haciendo el suficiente caso?
3-¿Me estoy comunicando con mi hijo de forma sana?
2-Tratar de eliminar de nuestra vida todo aquello que nos desequilibra.
Buscar nuestra paz interior. A veces, descargamos nuestro malestar con los demás. Eso es así. Los niños perciben nuestros estados de ánimo, más de lo que imaginamos. Por eso, trata de buscar tu tranquilidad, bienestar y estar bien contigo mism@. Antes de gritar respira… cuenta hasta 3.
3- Aprende a relativizar.
Todo no es motivo de riña, de gritos, o de amenazas.
Ponte en situación; un niño que esta arrastrando una silla… «Como no dejes de mover la silla no vamos al parque».
1º no se va a acabar el mundo por mover una silla.
2º a lo mejor el niño sólo quiere captar tu atención y que le hagas caso, tal vez tenga sueño, o necesite un abrazo…
3º ¿qué tiene que ver mover una silla con ir al parque? Es algo totalmente desproporcionado, que seguramente no se va a cumplir, y que no representa ningún aprendizaje lógico de su acción…. Conclusión; quizá deje de mover la silla en ese momento, pero no habrá aprendido nada.
Y qué tal si eso lo sustituimos por «¿Has pensado que quizá estés molestando con ese ruido a otras personas? Seguramente te lo agradecerán si dejas de mover esa silla que hace un ruido muy molesto».
4- Límites claros, pocos, y concretos.
Probablemente sea más producente hacer una pequeña reunión familiar para poner 4 o 5 normas claras en casa, y explicar sus consecuencias lógicas, que estar todo el día con el grito en la boca con cientos de límites por todos lados que no nos dejan vivir, ni al niño, ni a nosotros.
5- Distraer, cambiar de ambiente.
Si vemos que el peque se está poniéndo cargante, y que aquello va a acabar en catástrofe, puede que sea mejor tratar de evitar situaciones delicadas. Salir a la calle, cambiar de aires, y evitar la «explosión» que seguramente acabará en gritos, amenazas… Más vale prevenir.
6- Consecuencias lógicas de sus actos.
Cuando el niño es lo suficiente maduro como para entender una razonamiento sencillo podemos explicarles las consecuencias lógicas de sus actos y lo que provocan con ellos. Por ejemplo; «Si no me ayudas a recoger tendré que dedicar mi tiempo a recoger yo sóla, y no podré jugar contigo».
7- Se coherente con tus palabras.
En el caso anterior; Si le acabamos de decir al niño que no vamos a tener tiempo de jugar con él si no nos ayuda, lo que no podemos hacer es «donde dije digo, digo Diego». «Total la cena puede esperar; voy a jugar un ratito con él». Se trata de que aprenda que sus actos tienen unas consecuencias lógicas, y que aprenda por sí mismo qué consecuencias generan sus acciones, viviéndolo. Si nosotros mismos lo desvirtuamos, estamos desvirtuando ese aprendizaje.
8- Ofrécele alternativas, pregúntale, trata de captar su atención, y de conectar con el niño.
Y vuelvo con el caso del punto 6. El niño no quiere recoger sus juguetes. Te propongo que en lugar de decirle «Si no recoges mañana, no vamos a casa de tus abuelos» (que mañana es que ya ni se acuerda el niño), puedes sustituirlo por «¿Te apetece que recojamos juntos y te ayude mamá? ¿Qué tal si metemos estas fichas en este cubo?» Se trata de ofrecer alternativas, de transformar algo aparentemente poco apetecible, en algo que le puede incluso motivar, todo depende de cómo se lo planteemos. Las preguntas ayudan a captar su atención, mirarle a los ojos, ponernos a su altura.
9- Evita las prisas, y los agobios.
Las prisas no son buenas. Muchas veces son las que nos generan las situaciones de tensión. Porque el niño no se quiere vestir y nos tenemos que ir, porque tarda mucho en desayunar y nos ponemos nerviosos. Tomate las cosas con más tranquilidad. Quizá, te merezca la pena planificar, levantarte antes para no tener prisas, o tomarte las cosas con más calma.
10- Actitud firme, tranquila, y sosegada.
Cuando el niño verdaderamente traspasa los límites de respeto, o límites que comprometen su seguridad, lo primero evidentemente es evitarlo físicamente, y a continuación tomar una actitud firme, con frases muy claras y concisas… Evita alterarte y contagiarte, a veces funciona mejor susurrar a un niño y tratar de captar su atención que dar gritos y alterar, todavía más, al niño.
11- Valida sus sentimientos y empatiza con el niño. Valida sus sentimientos y ponles nombre, le ayudarás a expresarse, y a canalizar sus emociones. Que el niño se sienta comprendido mejorará vuestro vínculo y será un gran apoyo emocional para él. Por ejemplo; «¿Estas dando patadas porque te sientes enfadado? A veces yo también me enfado pero las cosas no tienen por qué pagar nuestro enfado, ¿No crees?»
12- Dedica tiempo de calidad a tus hijos.
En serio, los malos comportamientos, en un gran porcentaje de ocasiones, vienen como consecuencia de una necesidad no cubierta (hazte las preguntas del punto número 1). ¡Haz la prueba!, trata de dedicar un día completamente a tu hijo; Haced cosas juntos, deja que te ayude, que esté motivado, fomenta su autoestima dejando que realice algunas tareas de casa. Verás una actitud mucho más dócil por parte del niño. Seguro que notarás un gran cambio.
UNA ÚLTIMA REFLEXIÓN PERSONAL:
Como se suele decir; «consejos vendo, que para mí no tengo», esta es la teoría pero no siempre sabemos llevarlo a la práctica, y me incluyo. En cualquier caso creo que es cuestión de ir cambiando el chip, y entrenar mucho.
Hace unas semanas, cuando empecé con el proyecto artesanal de los Calendarios anuales Waldorf-Montessori, hasta que me organicé, tuve que dedicar muchas horas al proyecto, y de verdad, que esos días fueron de locura. El niño estaba especialmente irritado, me tenía desesperada, ibamos de rabieta en rabieta….¡Y sí!, me hice las 3 preguntas, y, efectivamente, encontré las respuestas. Lo solucioné reorganizándome, sacando horas de trabajo nocturno, cuando él duerme de noche, o cuando él duerme la siesta. ¡No es fácil!, pero al final hay que poner las cosas en una balanza y priorizar.
Todo el mundo puede gritar en un momento dado, tener un mal día, y acabar perdiendo los nervios. Somos humanos. Hay situaciones que se nos escapan, a veces, de las manos, y que no controlamos como nos gustaría. Somos madres, y eso implica llevar siempre dentro un sentimiento de culpabilidad.
Trata de tener una relación sana con tus hijos, y cuando no lo consigas, disculparos con ellos cuando todo pase (No lo merecen menos que un adulto, y con ello le das un valioso ejemplo). Somos humanos. Los niños y los padres, todos cometemos errores en el día a día, y en las relaciones personales.
Los niños acusan TODO, absorben TODO, y tienen unas necesidades afectivas, que a veces no sabemos ver.
Te dejo una par de citas y reflexiones sobre los gritos que me han hecho pensar:
Todos los hombres que no tienen nada importante que decir hablan a gritos
Enrique Jardiel Poncela
Por tus gritos tan fuertes, no puedo escuchar lo que estás diciendo
Ralph Waldo Emerson