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La adolescencia es una época en la que, tradicionalmente, suelen plantearse problemas de comunicación entre padres e hijos. La realidad es bien distinta a lo que cabría esperar: ante el advenimiento de los problemas propios de la juventud queremos establecer, de manera urgente, lazos de comunicación con quien no lo hemos hecho durante los últimos años.
Ellos, los adolescentes, suelen confesar que no se sienten relacionados o vinculados con sus padres o mayores y consideran que, con frecuencia, estos hablan un lenguaje diferente, incomprensible o que, simplemente, no les llega. Suelen atrincherarse en posiciones intransigentes y rígidas que impiden el acercamiento y la comunicación.
Uno de los principales ejes para poder entenderse es comprender que la comunicación es, en definitiva, un intercambio de sentimientos en el que dos mundos se encuentran. Algunos padres reducen lo que ellos llaman “comunicación” a un simple interrogatorio, lo que da lugar a respuestas monosilábicas del tipo “sí” o “no”.
Los humanos nos diferenciamos del resto de los seres vivos por nuestra gran capacidad de comunicación, y por los resultados a los que ésta nos ha llevado. Sin embargo, son numerosas las ocasiones en que la comunicación se ve disminuida por comportamientos negativos aprendidos durante la vida, ya sea porque nos dejamos llevar por una falsa lógica, o porque fácilmente cedemos ante nuestros impulsos más primitivos.
En esta especial época de la vida de nuestros hijos no basta que queramos comunicarnos, es necesario que ellos también lo deseen. Por ello resulta esencial tomar en consideración una serie de sencillas reglas basadas en la experiencia cotidiana de muchas familias.
1. DALES LA OPORTUNIDAD DE SER RESPONSABLES
Delega en tu hijo algunos compromisos. Tienen que saber que se confía en ellos y les consideramos capaces. La mejor forma de que aprendan lecciones es enseñárselas a otros, por eso es tan e?caz responsabilizarle, por ejemplo, del cuidado de un hermano pequeño en ausencia de sus padres, o que le explique una materia del colegio en la que necesita ayuda. Una de las mejores maneras de hacerles entender el sentido de la responsabilidad es la de hacer, por ejemplo, que ellos mismos se autoimpongan una hora de llegada a casa.
Una vez discutido el objetivo a cumplir, en este caso la hora, debe de vigilarse su cumplimiento. Habitualmente, cuando el adolescente no cumple, suele notar un sentimiento de vergüenza que, por sí solo, es su?ciente para que él mismo corrija lo ocurrido.
En otras ocasiones, colaborar en las gestiones familiares puede ser una buena actividad para desarrollar la responsabilidad. Por ejemplo, acudir al banco a pagar un recibo, o bien, realizar alguna gestión telefónica relativamente complicada que le acerque al mundo de los adultos, para que toda la familia sepa que se confía en él o ella.
2. COMUNIQUEMOS A NUESTROS HIJOS CÓMO NOS SENTIMOS
Resulta de suma importancia escuchar las opiniones y ser perceptivo a los sentimientos de nuestros hijos. Sin embargo, no debemos de olvidar que ellos también aprenden de la forma en que nosotros sentimos y lo expresamos. Es una buena idea compartir con ellos nuestros propios sentimientos y hacernos oír. Puede resultar reconfortante transmitirles nuestras alegrías pero no debemos ocultar el cansancio o los malos momentos.
Esta dualidad en la comunicación es imprescindible para lograr la confianza del adolescente porque constituye el verdadero diálogo. Muchos padres creen perder su prestigio cuando pretenden transmitir a sus hijos que son personas de carne y hueso: que se cansan y tienen buenos o malos momentos. Lo sorprendente es que, muy probablemente, será con esa persona con la que querrán comunicarse, no con el padre o la madre ideal que hemos querido construir.
3. MAYOR PARTICIPACIÓN EN LA FAMILIA
Ya sea en las discusiones, en las alegrías o en preocupaciones. Deja que el adolescente participe en todas estas cuestiones, una queja habitual suele ser: “No me toman en cuenta” o “no me cuentan nada”.Es mucho más frecuente de lo que se cree ocultar a nuestros hijos los problemas económicos o la enfermedad de un pariente cercano. La primera sensación del joven es la de falta de confianza por parte de la familia. Ese hecho suele redundar en una importante reducción de la autoestima.
El adolescente fantasea: “si no cuentan conmigo es que no valgo lo su?ciente para ello”. Incluso, en hechos aparentemente banales como escoger el lugar de vacaciones, debiera tomarse en consideración la opinión de todos los miembros de la familia. En otras ocasiones, al ocultar información, el adolescente puede imaginarse que algo terrible está pasando, incluso exagerar en su mente las circunstancias reales, por lo que su preocupación irá en aumento.
La solución al problema es, obviamente, acrecentar el caudal de comunicación y de información. Esto, unido a la primera regla – generar responsabilidad–, ayudará al proceso de madurez del adolescente mediante un mayor nivel de involucración en las situaciones familiares. Mediante estas muestras de confianza les haremos sentir que son dignos de ella, y se considerarán adultos y merecedores de otros privilegios familiares.
4. ARMONÍA EN LA COMUNICACIÓN DE LA PAREJA
En todas las edades, pero aún más en la adolescencia, es importante el hecho de que los hijos vean que padre y madre van en la misma línea de exigencia. La formación de un frente unido para la batalla diaria debe ser el eje de la familia. No deben existir dobles mensajes o falta de sintonía entre los progenitores. La filosofía de un “poli malo” frente al “poli bueno” suele provocar desastres en la confianza familiar y romper los cauces normales de comunicación.
El que uno de ellos, por ejemplo, acceda a las pretensiones de uno de los hijos a espaldas del otro, puede crear alianzas sumamente perjudiciales para la comunicación de toda la familia. Temas diarios como ir a dormir a casa de los amigos, realizarse un nuevo piercing o irse de vacaciones, por primera vez, lejos del control de los padres, deben ser estimados dentro del propio consenso familiar.
No olvidar, además, que lo que hagamos con los hijos mayores será observado y tomado como referencia por los de menor edad.
5. NO HAGAS REFERENCIAS AL PASADO
Enfoca la conversación tan sólo con vistas al futuro, utilizando lo ya ocurrido como mera referencia y nunca como un reproche. En la adolescencia, la nueva situación social del desarrollo se torna más difícil y compleja para el sujeto y, por otra parte, hay un mayor desarrollo intelectual.
A través de una buena comunicación es necesario que los adultos con los que convive contribuyan a enseñarle la principal asignatura de la vida: saber afrontar, comprender y resolver acertadamente, mediante el pensamiento reflexivo y creativo, los problemas y tareas que la vida le plantea diariamente (sociales, escolares, amorosos, vocacionales, profesionales, etc.)
6. ESPEREMOS DE ELLOS SÓLO LO MEJOR
Sin crear un ambiente de exigencia continua, no es mala idea convencer a nuestro hijo para que no se conforme con el estado actual de comunicación. No establecer, en ningún caso, la mediocridad como parámetro de medida. Debemos evitar una serie de expresiones en relación a nuestro nivel de comunicación: “Así está bien. Aunque no es lo mejor, es lo máximo que podemos lograr”. “¿Para qué intentarlo si no habrá diferencia alguna?”
Podrían parecer frases dictadas por el sentido común pero debemos influir sobre esta filosofía de comunicación con el objetivo de cambiarlas. Resulta llamativo cómo muchas personas renuncian a la excelencia porque creen no merecerla o porque creen no poder obtenerla. Muchos se niegan a sí mismos la simple oportunidad de generar dicha situación.
En otros casos tendemos a repetir las mismas pautas de conducta que hemos heredado de nuestros padres. Si transmitimos a nuestros hijos que esperamos lo mejor de ellos nos sorprenderá que, a menudo, se esfuercen para alcanzar nuestros objetivos. En relación a este objetivo podemos añadir que nunca debemos hacer el trabajo que les corresponde, ya que estaríamos transmitiendo un mensaje nefasto: “no espero que cambies ni que mejores la calidad de tu labor.”
7. CUIDA EL LENGUAJE CORPORAL
Sentarse lado a lado en un sofá es una buena estrategia cuando debemos discutir algún tema que pudiera generar suspicacias o enfrentamiento con el adolescente. Relajarse, recostarse y transmitir tranquilidad será beneficioso y mejorará la calidad de comunicación. Cuando deseemos planear alguna actividad junto a nuestro hijo, nos podemos sentar en una mesa, frente a frente, para discutir el tema a tratar. Los brazos deben permanecer abiertos y, como mucho, entrelazar los dedos.
Cruzarse de brazos puede ser interpretado como una actitud de rechazo, indiferencia o incredulidad. Enfóquese mentalmente en la otra persona. Mírale directamente a los ojos. Observe sus expresiones faciales, su lenguaje corporal. Tu hijo sentirá que tienes interés por todos sus gestos. Siéntate en actitud de escuchar. Habla de manera lenta y sencilla.
No debemos exasperarnos si no obtenemos una respuesta de manera rápida o con el contenido que esperábamos. El modo como reaccionemos a su respuesta le dará una pauta de comportamiento en la comunicación con otras personas. Le estamos educando en la comunicación.
8. ESCOGE UN MOMENTO Y UN AMBIENTE ADECUADO PARA PODER COMUNICARTE
Muchas veces, con la ansiedad de querer comunicar algo con premura, no somos cuidadosos a la hora de escoger el lugar y la situación para hacerlo. No es buena idea intentarlo, por ejemplo, en ambientes plagados de ruido. Debemos, además, buscar lugares en los que todos nos encontremos cómodos. Apagar la televisión y elegir momentos en los que preveamos no recibir visitas.
Discutir aquellos temas que pudieran resultar conflictivos deben reservarse para horas matutinas o de tarde. Por la noche, debido a la reducción de nuestras facultades psicológicas, no es buen momento para establecer discusiones.
9. SINCERIDAD EN EL PLANTEAMIENTO DE LOS PROBLEMAS
Predicad con el ejemplo estableciendo unos niveles de demanda moral lo más elevados posibles. Las situaciones suelen ser variadas como, por ejemplo, una falta de respeto a otro miembro, que bien puede ser un hermano o una amistad. Una mentira o un hurto no deben ser nunca pasadas por alto.
La tendencia natural de la familia suele ser insinuar u obligar al ofensor a pedir disculpas pero, muchas veces, no basta y hay que enseñarle a compensar con algún detalle la falta que ha cometido. En este tipo de conducta debemos ser inflexibles, de lo contrario interpretará que somos indiferentes a la falta o que no nos importa lo que hace.
La sinceridad en el planteamiento del problema es fundamental en la comunicación con nuestro hijo. No tengamos miedo de transmitirle el malestar y su discordancia con los valores familiares le servirá como punto de referencia vital.
10. CAPACÍTALES PARA ELEGIR Y ELABORAR PLANES
Es esencial para el desarrollo de la personalidad del adolescente establecer una jerarquía de valores y proponerse objetivos o metas que orienten y den sentido a su vida. Que le permitan hacer elecciones, tomar decisiones y hacer planes a largo plazo.
Los adultos deberíamos ayudar a los adolescentes en ese empeño, proporcionándoles asistencia, oportunidades, experiencias, valores, ejemplos y modelos que les posibiliten la elaboración de sus ideales en sus diversos sectores (personales, familiares, sociales, vocacionales, laborales).
En cada una de esas áreas, las situaciones concretas les plantean opciones, encrucijadas, dilemas, ante los que deben tomar un rumbo, una ruta. Los adultos que los atienden tienen que ayudarles, no diciéndoles la decisión que convendría tomar, sino capacitándoles para que aprendan a pensar, juzgar y actuar por sí mismos.