Ayudémosles a desarrollar la «tolerancia a la frustración». Una capacidad imprescindible para tener éxito en la vida.
Últimamente se habla mucho de los padres helicóptero en las noticias. Son el tipo de padres que no pueden parar de «sobrevolar» a sus hijos. Prácticamente los envuelven en plástico de burbujas y acaban creando una generación de niños incapaces de manejar sus trabajos y sus vidas. Los padres helicóptero piensan que les están haciendo un favor a sus hijos, pero, en realidad, están mermando sus posibilidades de tener éxito. En concreto, están echando por tierra sus probabilidades de encontrar un puesto de trabajo y mantenerlo.
Los padres helicóptero no quieren que sus hijos se hagan daño. Intentan suavizar cada golpe de la vida y acolchar cada caída. El problema es que estos niños sobreprotegidos nunca han aprendido a lidiar con la derrota, el fracaso o la decepción, aspectos inherentes a la vida. La sobreprotección hace que a estos niños les sea casi imposible aprender a asimilar la frustración, y sin desarrollar esta cualidad psicológica, cuentan con una gran desventaja en el momento en el que se incorporan al mercado laboral.
Los padres helicóptero ayudan demasiado a sus hijos y, de este modo, los pequeños crecen sin conocer una ética de trabajo sana, con importantes carencias de habilidades básicas. Sin ello, serán incapaces de realizar correctamente muchas de las tareas que se exigen en un puesto de trabajo.
Los padres helicóptero sobreprotegen a sus hijos y les privan de conocer la importancia de las consecuencias de sus actos. Como resultado, pierden la oportunidad de aprender multitud de valiosas lecciones de vida a partir de sus errores, lecciones de vida que les ayudarían a potenciar su inteligencia emocional.
Creen que sus hijos deberían ganar en todo, que todo aquel que participa en una competición debería llevarse un trofeo y que los profesores deberían aprobarles todas las asignaturas.
Los padres helicóptero protegen a sus hijos ante cualquier pequeño conflicto que pueda surgir con sus compañeros y amigos, por lo que, cuando crezcan, no sabrán solucionar las diferencias que afloren entre ellos y sus compañeros de trabajo o sus jefes.
Las personas aprendemos a resolver problemas a base de ensayo y error, analizando por qué algo no ha funcionado e intentándolo otra vez de otro modo. Este proceso de aprendizaje sirve para desarrollar la seguridad, las competencias y la autoestima. Los padres helicóptero impiden que sus hijos desarrollen estas virtudes, que son necesarias para el éxito profesional.
Los padres helicóptero creen que sus hijos deberían ganar en todo, que todo aquel que participa en una competición debería llevarse un trofeo y que los profesores deberían aprobarles todas las asignaturas, aunque sus trabajos y exámenes estén sin presentar o mal hechos. En el mundo real, solo hay un ganador en cada competición y solo se premia el trabajo bien realizado. Si los niños crecen pensando que hagan lo que hagan les van a dar un premio, nunca se darán cuenta de cuánto hay que esforzarse para conseguir las metas.
Los niños crecen con enormes expectativas de éxito sin relacionarlas con el tiempo o el esfuerzo y se sienten merecedores de un trato preferencial.
Estos niños consentidos se darán cuenta de que las competiciones no siempre se ganan cuando arruinen una entrevista de trabajo o sean despedidos, y acabarán desolados. No entenderán cuánto hay que esforzarse para alcanzar el éxito profesional. Les faltan competencias básicas y autonomía, carencias derivadas de no haber tenido que esforzarse para solucionar un problema o completar una tarea por sí solos. Están acostumbrados a que otras personas intercedan por ellos, como han hecho sus padres siempre. En resumen: son incapaces de pensar o actuar por su cuenta propia.
Los padres helicóptero, sin pretenderlo, inculcan un conjunto de actitudes negativas a sus hijos. Estos pequeños crecen con enormes expectativas de éxito sin relacionarlas con el tiempo o el esfuerzo que haría falta invertir y se sienten merecedores de un trato preferencial. Ninguno de estos dos comportamientos está bien visto entre los compañeros de trabajo y los jefes. En una entrevista de trabajo, cualquier posible empleador se sentirá desconcertado ante un joven que se cree con derecho a todo o que carece de determinadas competencias básicas. Si se suma el aura de ignorancia e incompetencia de esa persona con sus expectativas de grandes recompensas inmediatas sin importar el desempeño, lo más probable es que la entrevista acabe en un rechazo. Cuando los padres helicóptero deciden que es buena idea acompañar a sus hijos de veintitantos años a una entrevista de trabajo, están minando la seguridad que pueda tener el empleador en contratar al joven: «¿Por qué un adulto en busca de trabajo se traería a mamá y papá a la entrevista, si no fuera porque aún es más niño que adulto?», puede que se diga el empleador.
Pero hay muchas pequeñas acciones más por las que unos padres helicóptero pueden estar incapacitando a sus hijos. Por ejemplo, cuando se toman un café y dejan la taza o el poso sin limpiar y no hay consecuencias. Eso mismo, en el trabajo, solo consigue levantar la indignación de sus compañeros.
Los jóvenes consentidos esperan que «alguien» vaya detrás limpiando lo que ellos ensucian, al igual que pasaba cuando eran niños, pero no se dan cuenta de que ya no hay nadie tras ellos arreglando sus destrozos psicológicos, profesionales o personales. En un artículo de psicología, Barb Nefer expone que «los millennials se están viendo muy afectados por la depresión. Uno de cada cinco trabajadores millennials ha sufrido depresión laboral, en contraste con el 16% de la generación X y la generación del baby boom«. Y el experto va más allá al declarar que, según «un documento oficial de Bensinger, DuPont & Associates, registran una mayor tasa de rendimiento deficiente en el trabajo y absentismo, así como una mayor cantidad de expedientes disciplinarios», factores que pueden impedir un buen desempeño laboral.
Según un artículo de 2013 de Brooke Donatone en The Washington Post, «la revista de investigación Journal of Child and Family Studies descubrió que los estudiantes universitarios que han tenido padres helicóptero presentan niveles más altos de depresión. […] La crianza intrusiva interfiere en el desarrollo normal de la autonomía y las competencias de los hijos, lo que conduce a una mayor dependencia y a una menor capacidad para resolver tareas sin la supervisión de los padres».
El mayor acto de amor que puedes ofrecer a tus hijos es dar un paso atrás y dejar que cometan errores y aprendan por su cuenta.
A partir de los artículos anteriores, queda claro que los padres helicóptero están contribuyendo al aumento de la tasa de depresión entre los jóvenes, así como a su incapacidad para lograr un desempeño óptimo en el trabajo. Si quieres que tus hijos tengan una carrera profesional exitosa cuando sean adultos, debes tener mucho cuidado de no convertirte, tú y tu pareja, en padres helicóptero.
Querer a tus hijos significa guiarlos, protegerlos y apoyarlos, pero sin atosigarlos, sobreprotegerlos o hacer tanto por ellos que no necesiten aprender a solucionar sus propios asuntos, afrontar los retos que lleguen o saber encajar las decepciones y los fracasos. El mayor acto de amor que les puedes ofrecer a tus hijos es dar un paso atrás y dejar que cometan errores, que les den vueltas a las cosas y aprendan por su cuenta. A veces, la mejor forma de «estar ahí» con tus hijos es no estar. Así es como les permites desarrollar la seguridad, las competencias, la autoestima y la inteligencia emocional.
Los jóvenes de hoy en día necesitan padres que les ayuden a convertirse en adultos, lo que implica dejar de estar tan encima, no envolverlos en plástico de burbujas y fomentar que hagan las cosas por su cuenta, que aprendan y descubran por su cuenta y que lidien con sus problemas, también por su cuenta.