El cerebro tiene una relación muy directa con lo que comemos, y viceversa. Nuestra alimentación marca, en buena medida y como ocurre con otros órganos del cuerpo humano, el adecuado funcionamiento del cerebro. De hecho, hay productos que nos ayudan al correcto desarrollo de nuestro órgano más importante y a su mantenimiento, mientras que otros suponen un hándicap e incluso pueden generar una adicción.
Así lo puso ayer de manifiesto a este medio la neurocientífica y profesora de Fisiología en la Universidad de La Laguna (ULL) Raquel Marín. Esta experta participó en la tarde de ayer en un debate sobre el cerebro, enmarcado en el II Foro Salud y Bienestar organizado por la Fundación CajaCanarias. En el encuentro, moderado por el periodista Félix Morales, participó también Javier Cudeiro, especialista en Neurofisiología.
“La alimentación es nuestro segundo cerebro, determina lo que somos y lo que seremos”, indicó la experta. Aunque la relación existente entre los alimentos y el cerebro es bidireccional, la influencia mayor se produce en la línea de que lo que comemos repercute en esta parte del cuerpo. De hecho, este órgano consume una gran cantidad de nutrientes, al igual que de oxígeno, por su elevado trabajo. Asimismo, en esta relación también es fundamental la labor que lleva a cabo el intestino, para que el proceso sea el adecuado. En cuanto a los alimentos que favorecen el desarrollo y al correcto mantenimiento del cerebro y que hace que el funcionamiento de este sea más óptimo, la experta ofreció una relación. Dado que se trata de una zona muy grasa de nuestro cuerpo, indicó que necesita oligoelementos, que se pueden encontrar en fuentes marinas, como los moluscos, el pulpo y algunos pescados, como la caballa o el chicharro.
Marín recomendó también el consumo de algunas miniproteínas, que se pueden hallar, por ejemplo, en los huevos, y apostó por degustar frutas y verduras de colores llamativos, como la piña o la papaya. “Otros alimentos que favorecen al cerebro son los frutos secos, las semillas, algunas hierbas aromáticas, como pueden ser el tomillo o el orégano, y los cereales de grano entero, como el trigo, el millo, la cebada, el centeno y el gofio”, añadió la profesora de la ULL.
De igual modo, indicó que a largo plazo el consumo de este tipo de productos favorecen el buen mantenimiento del cerebro, pudiendo frenar la aparición de algunas enfermedades degenerativas como pueden ser el alzhéimer o el párkinson. Por el contrario, la experta desaconseja el consumo de azúcares, que podemos encontrar en refrescos, helados, caramelos o pasteles. “Si le damos al cerebro el combustible inadecuado, el funcionamiento no será el correcto”, argumentó. Así, explicó que las personas podemos ver mermadas nuestras capacidades intelectual y emocional, e incluso desarrollar adicciones al azúcar.
EL HUECO DEL POSTRE
En esta línea, Raquel Marín explicó por qué, aunque estemos llenos, siempre tenemos un hueco para el postre. Indicó que hay una zona en el cerebro que detecta el azúcar como una recompensa, por eso, aunque la ingesta sea copiosa y no necesitemos más nutrientes, al detectar ese aliciente el cerebro lo acepta, a lo que se suma esa adicción que provoca. Uno de los temas que trató la especialista es si existe diferencia entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres, a lo que señaló que existen diferentes teorías al respecto: “Algunas abogan por que las mujeres desarrollan más unas facetas como la empatía o la intuición, mientras que los varones son más pragmáticos”, afirmó.
No obstante, la profesora de la Universidad de La Laguna añadió que otras corrientes recalcan el hecho de que el cerebro es una especie de mosaico, diferente en cada persona, independientemente de su sexo. “Lo que sí parece demostrado es que con la edad los cerebros se parecen más entre sí, sobre todo a partir de los 50 años, aproximadamente”, apostilló.
¿CUÁNDO DEBEMOS COMER PARA MEJORAR NUESTRO CEREBRO?
No solo los alimentos que consumimos marcan el bienestar físico e intelectual, sino también el momento en el que los ingerimos. En este sentido, el neurofisiólogo Javier Cudeiro recomendó que en la alimentación debemos tener en cuenta los ritmos circadianos. Así, indicó que el desayuno debe tomarse cuando sale el sol, entre las 7 y las 8.30 horas. “Si la ingesta es suficiente y contiene todos los nutrientes necesarios, se puede esperar para el almuerzo hasta las 12 o 13 horas, no más tarde”, apuntó. Añadió que se recomienda hacer una merienda ligera, para tomar la cena no más allá de las 20.00 horas. El experto se mostró consciente de las costumbres españolas a la hora de realizar las comidas, pero hizo hincapié en la importancia del ayuno durante la noche, para que el cuerpo utilice las reservas de nutrientes, a la par que recalcó que es necesario llevar hábitos ordenados.