El suicidio es sin duda un grave problema de salud pública además de un fenómeno especialmente complejo, en el que intervienen factores psicológicos, sociales, biológicos, culturales y ambientales. Pero ¿qué lleva a una persona al suicidio? Interesante artículo con consideraciones a tener en cuenta y una guía sobre su prevención.
“La OMS advierte de que una persona se suicida en el mundo cada 40 segundos”.
- Cada año se suicidan casi un millón de personas, lo que supone una tasa de mortalidad “global” de 16 por 100 000.
- En los últimos 45 años las tasas de suicidio han aumentado en un 60% a nivel mundial.
- El suicidio es una de las tres primeras causas de defunción entre las personas de 15 a 44 años en algunos países, y la segunda causa en el grupo de 10 a 24 años.
- Aunque tradicionalmente las mayores tasas de suicidio se han registrado entre los varones de edad avanzada, las tasas entre los jóvenes han ido en aumento hasta el punto de que ahora estos son el grupo de mayor riesgo en un tercio de los países, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en desarrollo.
Pero, ¿qué lleva a una persona al suicidio? La depresión es la condición clínica (junto a la adicción al alcohol) más vinculada como factor de riesgo a este fenómeno.
En esta línea el Dr. John Demartini, ofrece un interesante punto de vista basado en una explicación compensatoria de la depresión, en el que las expectativas y creencias poco realistas constituyen la base del problema.
Todos tenemos cambios en el estado de ánimo o altibajos en nuestros sentimientos y emociones. Si estos cambios se producen dentro de un cierto rango que podemos considerar adaptativo, podremos mantener el control y el autogobierno y seguir con nuestras vidas sin gran esfuerzo.
Pero cuando llegan a ser extremos, pueden llevarnos a los polos conocidos de la manía y la depresión. En algunos casos, si las manías llegan a ser extremadamente altas, las depresiones pueden llegar a ser extremadamente fuertes.
Formas similares de estos polos opuestos pueden ser las fantasías y las pesadillas o los grados extremos de orgullo y vergüenza. Cuando estamos arriba, maníacos y eufóricos, nuestro cerebro puede quedar inundado por el aumento de dopamina, oxitocina, vasopresina, endorfinas, encefalinas y serotonina.
Cuando estamos deprimidos ocurrirá lo contrario y el cortisol, la epinefrina, la norepinefrina, la sustancia P y otros neurotransmisores aparecerán en escena.
Según Demartitni, si la fantasía maníaca se vuelve extremadamente alta, de forma simultánea puede estar acompañada por una depresión compensatoria de la misma magnitud.
Y si la dopamina se eleva y nos convertimos en adictos a nuestros estados maníacos y a nuestras fantasías, esas depresiones “compensatorias” pueden llegar a ser cada vez más fuertes, apareciendo entonces los pensamientos suicidas, casi como una compensación a nuestras expectativas de vida poco realistas.
Todo aquello que es asociado con la obtención de dopamina se convertirá en apetecible para nosotros y nuestro organismo. De este modo, si creamos una fantasía que estimula la dopamina, nos volveremos adictos a la fantasía (que a menudo no es más que una expectativa poco realista), y nuestra vida en comparación puede quedar percibida como una pesadilla.
La depresión sería por tanto una comparación de nuestra realidad actual con una fantasía de la que somos adictos. Si esa fantasía es extremadamente irrazonable o imposible de obtener, los pensamientos suicidas pueden surgir.
Otro iniciador de la depresión puede ser algún comportamiento o pensamiento que nos hace sentir culpables o avergonzados (rupturas, fracasos, violencia). No vemos una solución a la acción considerada culpable, y los sentimientos auto-críticos resultantes pueden también conducir a un impulso suicida.
A tener en cuenta
Cada vez que nos sentimos culpables o avergonzados y no estamos a la altura de las expectativas de ciertos ideales o creencias, los pensamientos suicidas puede entrar en nuestras mentes.
Esas expectativas y fantasías no realistas prolongadas, o la vergüenza y la culpa nos pueden llevar a la desesperación y a los pensamientos de suicidio. No hay duda de que tenemos un desequilibrio bioquímico asociado con estos sentimientos, pero antes de alterar la química del cerebro, parece mucho más razonable esforzarnos por conseguir que nuestras expectativas se mantengan en línea con una realidad más equilibrada.
Cuanto más adictos somos a experimentar sólo felicidad, facilidad, placer y fantasía, más probable se hace una futura depresión que lo compense, y en consecuencia es más probable que los desafíos de la vida diaria nos abrumen.
Cuando vivimos de forma congruente, de acuerdo con nuestros verdaderos valores y abrazando ambos lados de la vida por igual y al mismo tiempo, nos convertimos en más resistentes y adaptables (más resilientes si utilizamos un término más actual).
Pero si nos empeñamos en buscar sólo un lado de la realidad, el otro lado nos golpeará con fuerza. La vida tiene dos caras y es importante abrazarlas al mismo tiempo. El deseo de lo que no está disponible y el deseo de evitar lo que es inevitable es la fuente principal del sufrimiento humano.
Nota del Editor
La prevención del suicidio es para la OMS un objetivo prioritario, y para ello ha elaborado una serie de instrumentos de gran interés teórico práctico dirigidos a grupos específicos, sociales y profesionales, particularmente relevantes para la prevención del suicidio, y que puedes descargar desde el siguiente enlace.
En esta misma línea, aconsejamos consultar el artículo “La realidad del suicidio. Una guía para su prevención” en el que se comparte el documento “Afrontando la realidad del suicidio. Orientaciones para su prevención”. Se trata de una guía imprescindible elaborada por FEAFES (Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental) que aconsejamos descargar.