El problema de diagnosticar tarde la dislexia: «Creíamos que nuestro hijo era tonto»


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Se estima que este trastorno neurobiológico (es decir, heredado) afecta a un 15% de la población alfabetizada y es la causa de hasta un 40% del abandono escolar.

«Estábamos convencidos de que nuestro hijo era tonto». María es la madre de Diego (ambos nombres ficticios), un adolescente de 13 años al que le acaban de diagnosticar dislexia. Atrás quedan «más de 10 años de infierno», desde que su hijo entró en Infantil hasta que por fin saben lo que le pasa: «Ahora todo encaja, las señales estaban ahí, pero en el colegio solo nos decían que era lentísimo y que todo iría mejor cuando le medicáramos por TDAH».

Diego no tiene TDAH ni fue nunca medicado. Tampoco es tonto. Al contrario, en los text da un coeficiente intelectual superior a la media, pero el sufrimiento y el esfuerzo terrible que ha tenido que hacer durante tantos años en la escuela le hicieron creer que jamás llegaría a ser «tan listo como los demás». Tenía solo seis años cuando le dijo una frase demoledora a su madre, unas palabras que resumen hasta qué punto puede afectar un diagnóstico tardío de dislexia: «Mamá, tú no lo entiendes, pero yo tengo la mitad del cerebro podrido».

Cuando llegó a 4º de Primaria no suspendía ninguna asignatura, pero «estudiaba el mismo número de horas que un universitario»: Desde las cinco y media de la tarde hasta las nueve de la noche. Los aprobados eran casi todos Suficientes y siempre el mismo runrún «es muy lento, lentísimo». A esas alturas, Diego tenía tres tics, constantes y aparatosos, y un nivel de ansiedad que muchas veces no le dejaba dormir por las noches: «Él me decía que le dolía la barriga, porque no sabía ponerle el nombre, pero yo entendía perfectamente que era ansiedad por todo el esfuerzo y la presión a la que estaba sometido».

Con tics, ansiedad y un agotamiento extremo que afectó a toda la familia (Diego tiene una hermana tres años menor), sus padres decidieron cambiarlo de colegio a otro con enseñanza basada en proyectos. El resultado: «Se relajó. En mes y medio ya habían desaparecido los tres tics, no tenía ansiedad».

Al principio, lo único importante era que el «niño estuviera feliz y tranquilo». En ese momento, que aprendiera algo o nada les daba a sus padres absolutamente igual. Pero los cursos pasaron y vieron que había algo que seguía fallando. Diego seguía siendo lento; nunca terminaba los exámenes, casi todos los dejaba a la mitad porque no le daba tiempo; redactaba como un niño de primero de Primaria; suspendía las tres lenguas. Esto último, que suspendiera castellano, inglés y catalán, fue la señal para que la psicóloga le derivara a un centro especializado en trastornos específicos de lenguaje. Acababa de terminar 1º de la ESO.

«La dislexia es un trastorno del aprendizaje que se caracteriza por ir a un ritmo inferior al esperable en la lectura y la escritura a pesar de tener una capacidad cognitiva normal», explica el psicólogo Toni Cerdà, de Tribu, centro de desarrollo y aprendizaje. «A veces no es tan fácil de diagnosticar porque no todos los niños presentan las mismas competencias, pueden tener unas dificultades leves o moderadas. Si tienen refuerzo externo y mucho trabajo y apoyo en casa, posiblemente aprobará el curso. También influye mucho la falta de medios, porque puede haber muy buenos profesionales en los colegios, pero si tienen que encargarse de 500 niños es muy fácil que se le pase diagnosticar a alguno. La falta de formación de los profesionales también puede hacer que se retrase», indica.

La dislexia es un trastorno neurobiológico (es decir, heredado), se estima que afecta a un 15% de la población alfabetizada y es la causa de hasta un 40% del abandono escolar. Lo correcto sería que el niño tuviera unos 7 años en el momento del diagnóstico, aunque muchos «lo descubre en la universidad o ya de adulto cuando diagnostican a su hijo y descubre que él ha tenido esas mismas dificultades toda su vida».

La dislexia no se cura, pero las competencias de lectoescritura se pueden mejorar. Sin diagnóstico, sin adaptaciones curriculares en los centro educativos, los niños disléxicos probablemente se convertirán «en adultos con problemas de ansiedad y estado de ánimo, porque siempre han tenido que trabajar muchísimo para conseguir lo mismo que los demás obtienen en menos tiempo y con mucho menos esfuerzo. Se sienten indefensos, frustrados, porque a menudo el trabajo que ha hecho no se corresponde con los resultados».

«Es muy grave, estamos destrozando a los niños. Y si destrozas a un niño, tendrás a un adulto roto«, explica Araceli Salas, de Disfam, entidad sin ánimo de lucro constituida en 2002 e integrada por familias con hijos con dislexia, adultos disléxicos y profesionales de diferentes ámbitos. «No hay dos casos de dislexia iguales. La sintomatología puede ser distinta en cada caso, pero suelen ser niños que en el cole nunca acaban de arrancar, lentos, aunque luego en casa no lo sean. La gente lo asocia a que giren las letras, pero no a todos les pasa«, indica Salas.

Al contrario de lo que siempre se espera, «un disléxico no tiene por qué odiar la lectura; si lo hace es por cómo se les acerca a ella». Lo más importante, entonces, es saber cómo aprenden, cómo «planifican su cerebro de una forma muy diferente a la de los demás, de una manera multisensorial».

«Para ellos las letras son como jeroglíficos. Por ejemplo, la letra u se suele enseñar poniendo al lado la foto de una uva o algo que empiece por u. Un disléxico no puede entenderlo así. Para que él lo aprenda, al lado de la u debemos poner la imagen de algo que emita el sonido de la u, como un fantasma», explica Salas. Además, se les harán adaptaciones curriculares, como darle más tiempo para los exámenes o que tengan que responder solo la mitad de preguntas.

Según sostiene Salas, «hay muchísimos no diagnosticados que pasan por ser niños vagos, lentos, inmaduros… Se les ponen etiquetas que nada tienen que ver lo que realmente les pasa». «La detección temprana es muy importante para poder intervenir cuanto antes. La familia tiene que formar parte de la solución, no del problema. Se necesita mucho tiempo, mucha paciencia y esfuerzo para acompañar a tu hijo en su proceso de aprendizaje», señala.

«El castellano es la lengua que en muchas ocasiones les ofrece más transparencia. Algunos niños disléxicos en contextos bilingües o incluso con el catalán como lengua materna se sienten más cómodos comunicándose en castellano. Depende del grado de dislexia. No es un tema de política lingüística, sino porque el castellano es un idioma que se escribe igual que suena», matiza Salas que indica que «claro que pueden aprender inglés y otras lenguas, solo hay que conocer la forma idónea de enseñarles».

En esas anda ahora Diego, «aprendiendo a aprender»: «Cuando tuvimos el diagnóstico, le conté que Einstein, Walt Disney y Steve Jobs eran disléxicos; también su ídolo George Lucas. Supongo que poco a poco dejará de sentirse tonto y, sobre todo, comprendido. Menos solo».

Fuente: https://www.elmundo.es/baleares/2019/10/10/5d9dd742fdddff74b18b46af.html

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